Capítulo I

miércoles, 17 de febrero de 2010

     Recuerdo aquel día como si de ayer se tratara, 11 de Abril del año 1654. Salí de casa con la misma desgana de siempre, me sentía hundida en la monotonía a pesar de saber que gozaba de privilegios que muchos anhelaban y pocos conseguían. Caminé hasta el carruaje que aguardaba para llevarme a palacio, seguida de mi madrastra que no dejaba de recordarme una y otra vez que debía sentirme orgullosa, que la Reina no escogía a cualquiera y que mi destino era convertirme en toda una dama mientras retocaba infinidad de veces los bucles azabache ligeramente recogidos de mi larga cabellera. Intenté hacer ver que la escuchaba a pesar de que tenía que soportar las mismas palabras cada vez que salía de casa para pasar la tarde con su majestad, la cual me había aceptado como una de sus meninas para hacerle compañía. Mentiría si dijera que recuerdo la primera tarde que pasé con ella, aunque con el paso de los años se había convertido en una segunda madre para mí, quizá porque pasaba más tiempo en palacio que en mi propia casa y la segunda mujer con la que se casó mi padre, no era precisamente objeto de mi devoción.

-¿Estás segura de que no se te olvida nada?- Preguntó mientras me ayudaba a subir al carruaje con cuidado de no tropezarme con el enorme faldón del vestido.

-Nada, puedes quedarte tranquila, he de irme ya, nos veremos al anochecer, como siempre- Sonreí a pesar de que su actitud se me hacía cada día más insoportable. Por suerte, mis palabras funcionaron y ella se limitó a retirarse un poco para dejar que el carro se pusiera en marcha con aquel traqueteo tan característico.

Suspiré apoyando cómodamente la espalda en el asiento, ligeramente ilusionada ante la expectativa de tener unos minutos de tranquilidad, aunque solo fuera el poco tiempo que duraba el trayecto desde mi casa a Palacio. Sin embargo, poco duraría esa tranquilidad, los silbatos y las voces de la guardia hicieron que me sobresaltara incorporándome un poco en el asiento para poder ver qué ocurría a través de la ventanilla del carro.

-¡Al ladrón!, ¡que no escape!- Varios hombres uniformados gritaban mientras corrían no muy lejos de mi posición aunque acercándose por momentos.

Desvié la vista en busca de aquel delincuente al que perseguían y cual fue mi sorpresa al comprobar que, o ya había escapado, cosa poco probable puesto que no oí a nadie correr cerca del carro, o los guardias se habían equivocado de calle ya que no distinguí fugitivo alguno. La guardia pasó de largo aún a la carrera hasta que sus gritos se convirtieron en un lejano eco.

-No os entretengáis por favor, no me gustaría llegar tarde- Conseguí despertar al cochero que con el jaleo casi había detenido la marcha y que, sin dudarlo volvió a azuzar a los caballos tras asentir a mis palabras con la cabeza un tanto arrepentido por su despiste.

Apenas tuve tiempo de acomodarme nuevamente en el asiento, un extraño golpe seco, proveniente de la parte trasera del carruaje hizo que volviera la vista una vez más hacia la calle, al parecer el cochero no se había dado cuenta pero yo pude ver perfectamente como un hombre rodaba varios pasos por el suelo para posteriormente incorporarse sacudiéndose la capa azul que lucía terciada, además de ésta, vestía también camisa ligeramente holgada y un pantalón a juego, ambas prendas de un color azul bastante oscuro. Me disponía a dar la alarma cuando aquel extraño alzó la vista hacia mí, enmudecí casi al instante cuando distinguí entre la sombra que proyectaba su sombrero de ala ancha unos profundos pero intensos ojos azules que se clavaron en los míos con cierto descaro. No pude apartar la vista, era como si en tan solo unos segundos todo a mi alrededor desapareciera y solo quedáramos aquel extraño y yo. Sabía que debía gritar, avisar a la guardia de que el ladrón que tanto buscaban estaba allí, frente a mis ojos, pero no pude. Él debió percatarse de ello puesto que con gracia y elegancia se deshizo del sombrero, dedicándome una educada reverencia acompañada por una pícara sonrisa dibujada en sus labios. Su cabello era castaño oscuro, rozando el negro, ligeramente largo y lo llevaba recogido en una coletilla que se movió ante su inclinación. Tras el educado gesto, se volvió con un golpe de capa y echó a andar sin prisa, bolsa en mano, donde probablemente escondía lo hurtado, hasta perderse entre las callejuelas de la ciudad.

Aquella tarde casi no pude dejar de pensar en lo sucedido, a pesar de que su majestad preguntó varias veces si algo me preocupaba yo me limité tan solo a sonreir y cambiar de tema, no podía decirle que había dejado escapar a un delincuente, ¿qué pensaría de mi?, lo que más me avergonzaba era que a pesar de ser consciente de que no hice lo correcto, en el fondo me sentía aliviada, no vería a aquel muchacho colgado de la horca aún sabiendo que se lo tenía merecido por robar sabe Dios el qué.

-No te olvides de venir antes el sábado, ya sabes que me gusta que me acompañes cuando salgo a montar a caballo- Aunque era algo poco habitual, su majestad me acompañó casi hasta las escalinatas que presidían la entrada a palacio, supongo que a pesar de mis intentos por ocultarlo, ella era consciente de que algo rondaba mi cabeza. Ya casi había caido la noche sobre Madrid y debía volver a casa.

-No os preocupeis majestad, no faltaré- Me incliné en una educada reverencia para despedirme, gesto al que ella contestó con un beso en mi frente.

-Con Dios María- Se despidió sonriente.

-Con Dios majestad- Le devolví la sonrisa a la vez que echaba a andar hacia el carro que esperaba fuera.
El cochero me ayudó a subir al carruaje y una vez en él, no tardó en tomar las riendas, avanzando hasta salir de los terrenos de palacio hasta que éste, lentamente fue quedando atrás. Me sentía tan cansada que apenas me preocupé de nada, esta vez si estaba dispuesta a disfrutar de esos instantes de tranquilidad que me brindaba el trayecto a casa.

Lentamente mis ojos esmeralda fueron entornándose, fruto del cansancio, aunque procuraba en todo momento no llegar a dormirme, tenía más o menos calculado el tiempo que solía tardar en volver y, extrañamente, ese día se me estaba haciendo interminable. Extrañada me incorporé levemente hasta poder mirar a través de la ventanilla, momento en el que me percaté de que el camino escogido por el cochero para llevarme a casa, no era el correcto, estábamos casi a las afueras de Madrid.
-Disculpad, cochero, os habeis equivocado de camino- Alcé un poco la voz para que el hombre pudiera oirme pero éste casi ni se inmutó.

-Manteneos quieta y callada- Fué la respuesta que obtuve, en ese momento me di cuenta de que aquel que guiaba el carro no era cochero ni nada parecido. Petrificada, en un principio no supe como reaccionar, aquella voz no me resultaba familiar y en los años que llevaba sirviendo a su majestad ya casi conocía a todos los cocheros que solían atender los encargos de mi familia o de la Reina.

-No se quién sois, o qué quereis, pero sino me llevais de vuelta, estareis en un gran aprieto- Mantuve la compostura, aunque en aquella situación lo más lógico habría sido perder los nervios, casi de forma inconsciente la templanza asomó en mis palabras.

El supuesto cochero no contestó, tan solo se limitó a mirar de reojo hacia atrás y aunque no pude distinguir su rostro a causa del sombrero y la penumbra del lugar, un escalofrío recorrió mi espalda, sabía que me observaba. Intenté abrir la portezuela pero aquel individuo se había preocupado de cerrarla desde fuera puesto que no logré que cediera. Consciente de que no tenía otra opción mas que aguardar hasta conocer las intenciones de aquel que ahora me retenía, preferí mantener la calma, sentada junto a la ventanilla, viendo como dejábamos atrás la ciudad en la que crecí, Madrid.

No podría decir el tiempo exacto que estuve en aquel carruaje sin saber a donde nos dirigíamos, pero mi espalda empezaba a sufrir los efectos de aquel incesante tranqueteo cuando por fin el carruaje se detuvo, momento en el que el nerviosismo volvió a mi al oír perfectamente como el supuesto cochero abandonaba su puesto para, segundos después, abrir la portezuela tendiéndome una enguantada mano en un educado gesto que me invitaba a descender del carruaje.

-Bajad por favor, no os haré daño- Aquella voz volvió a romper el incómodo silencio que se había creado ante mi reticencia a cojer su mano. En cuanto a mi, decidí no hacer caso a su propuesta, como respuesta tan solo me aparté aún más de la portezuela abierta, quedando lo más alejada posible de él.

-Bien, sino bajais vos, subiré yo- De forma totalmente imprevisible, aquel hombre subió al carruaje hasta quedar sentado a mi lado, a la vez que se quitaba el sombrero con cierto alivio. No pude reaccionar, la sangre casi se me había helado en las venas, reconocía perfectamente a aquel muchacho, aquellos ojos azules enmarcados en un rostro moreno, probablemente por la acción del astro rey se habían quedado grabados en mi mente desde que nuestras miradas se cruzaron esa misma tarde en una de las calles de Madrid, se trataba del descarado ladrón que al parecer había burlado finalmente a la guardia.

-Vos sois...- No pude acabar la frase, seguía tan impactada que ni siquiera logré apartar la vista de él.

- Capitán Aramis, para servirla- Sonrió con picardía mientras echaba hacia atrás algunos mechones que habían logrado escapar de la coletilla que mantenía recogido su cabello a la vez que volvía la vista hacia mi con total tranquilidad, clavó directamente sus ojos en los míos, atrevido gesto que me hizo apartar la vista de él, empezaba a creer que aquello era un castigo de Dios por no haber avisado a la guardia cuando debía.

-No se qué quereis de mi, pero no conseguireis nada. Probablemente ya estén buscándome y en cuanto nos encuentren vos acabareis en la horca. Llevadme de vuelta a Madrid- Aún me pregunto de dónde saqué el valor para hablar de aquel modo, jamás había estado en semejante situación y sin embargo, no sentía temor, más bien enfado por haber caido en una trampa tan simple.

-¿Debo tomarme eso como una amenaza?- Se inclinó hacia mi a pesar de que yo seguía sin mirarle, pude notar su cercanía. -No estais en posición de dar órdenes, ¿cual es vuestro nombre menina?.

-¿Por qué debería decir mi nombre a alguien que acaba de secuestrarme?- Con altivez volví el rostro hacia él siendo ahora yo la que le miraba directamente a los ojos con cierto desafío, mi enfado iba en aumento, maldecía mentalmente mi mala suerte, de haber tenido allí mis estoques la situación habría sido muy distinta o al menos eso creía.

-En ese caso os llamaré Menina, de nada me servirá vuestro nombre si haceis que acabe lanzandoos a los tiburones- Me sostuvo la mirada sin perder aquella pícara sonrisa a la vez que, con una rapidez asombrosa ató mis manos sin apretar demasiado. Forcejeé un poco pero solo conseguí que apretara aún más el nudo de un simple tirón, con el nerviosismo no pude percatarme de que escondía una cuerda bajo su capa.

-No importa lo que me ocurra a mi, acabarán por capturaros y el peso de la justicia caerá sobre vos- Sentencié de ese modo la conversación, al menos por mi parte, mientras escuchaba una risotada por parte de él.

-Eso lo veremos, de todas formas si os portais bien no os pasará nada. Iremos a Cádiz, así que espero que disfruteis del viaje- Volvió a calarse el sombrero negro de ala ancha a la vez que aseguraba bien la cuerda que ataba mis manos antes de descender del carruaje y volver a tomar las riendas para azuzar a los caballos, volvíamos a avanzar y esta vez, sería un cansado y largo trayecto. Morfeo no tardó en acojerme entre sus brazos, por lo que me quedé dormida recostada en el asiento del carro.

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