Capítulo V.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

            Recuerdo aquel día con especial cariño, llevábamos dos meses de travesía durante los cuales me había acostumbrado a la vida en el mar y su rutina, incluso entablé amistad con algunos hombres de la tripulación aparte del Capitán, con el cual entrenaba cada tarde y más de una vez protagonizaba discusiones tan absurdas o llamativas como la primera. Sin embargo, aunque no lo reconociera abiertamente, había logrado mi admiración, por mucho que discutiésemos, nunca me faltó nada, se empeñaba en que debía dormir en el camarote y él mismo se encargaba de llevarme la comida, gestos que, poco a poco fui valorando cada vez más hasta el punto de sentir que a veces, cuando no podíamos hablar o entrenar, los echaba en falta.

El sol empezaba a ocultarse tras la delgada línea del horizonte, el entrenamiento hacía rato que había llegado a su fin y cuando acabé de asearme en la bodega salí a cubierta peinándome tranquilamente. Los días eran algo más cálidos y más de una noche la tripulación organizaba fiestas o simplemente se dedicaban a beber y tocar música para animar un viaje tan largo. Jean terminó de fijar el timón justo cuando yo salía a cubierta.

-¿Tocará la guitarra para nosotros hoy señorita?- Sonrió, seguramente intuyendo la respuesta.

-Ya sabes que no me gusta tener público, disfrutaré de la música que toquéis vosotros, yo prefiero quedarme al margen- Le devolví la sonrisa, era un buen hombre y siempre aconsejaba bien al capitán.

Cuando por fin logré peinar mi larga melena rizada, tomé asiento en la proa del barco, como acostumbraba a hacer, de momento no tenía la guitarra conmigo, pero sabía que no tardarían en emborracharse y entonces podría hacerme con ella, de Aramis tampoco sabía nada, seguramente andaba ocupado con alguna cosa por lo que de momento, reinaba una gran tranquilidad.

-¡María!- La voz del capitán llamó mi atención de pronto, por lo que no tardé en incorporarme buscándole con la mirada hasta que por fin hizo acto de presencia en cubierta, mejor vestido que otras veces o al menos eso me pareció. -¿No se supone que deberías esperarme en el camarote?, he ido a llevarte la cena y como siempre, no había nadie- Resopló algo molesto, realmente aquello para mí era pura rutina, reí levemente mientras miraba de reojo a Jean que al parecer aguantaba también una risotada.

-Ya voy, tan solo quería tomar un poco el aire, no seáis tan exagerado- Eché a andar hacia donde se encontraba el capitán cruzado de brazos observándome un tanto severo, como un padre que observa a una hija tras una travesura.

-Es que siempre me haces lo mismo María y ya sabes que es por tu comodidad- A pesar de sus palabras, el tono era más bien tranquilo, resignado mientras me seguía hasta la entrada del camarote. -Vendré en un rato a recoger la bandeja, me voy a cenar con los demás- Me dedicó una sonrisa antes de cerrar la puerta y suspiré quedándome sola en el camarote.

Siempre ocurría lo mismo, por muy bien que me tratara, me mantenía al margen de la tripulación y cuando lo pensaba detenidamente tenía cierta lógica, lo que no evitaba que en ocasiones me sintiera bastante sola, seguía siendo una rehén para ellos, aunque Aramis no me tratara como tal. Di buena cuenta de la comida, el entrenamiento diario me había devuelto el apetito y sin esperar que el capitán fuera a buscar la bandeja, me decidí yo misma a llevarla hacia la pequeña cocina que había junto a la bodega. De camino pude escuchar perfectamente las voces de todos aquellos hombres que cenaban en el mismo sitio en el que dormían, seguramente Jean y Aramis estuvieran entre ellos, pero no quería molestarles por lo que, tras haber cumplido mi pequeño cometido, volví silenciosa hacia la cubierta, donde tomé asiento cerca de la proa, disfrutando del hermoso atardecer que me brindaba alta mar. La brisa marina mecía mis bucles y acariciaba mi rostro, era una sensación inigualable y que seguramente extrañaría el día que volviese a Madrid, porque ese había sido el trato, después de la larga travesía hasta Estambul, me dejaría volver a Madrid. No mentiré al decir, que en esos instantes, la sola idea de volver me angustiaba, como si fuese un preso que acariciaba la libertad con la llema de los dedos a sabiendas de que éstos volverían a acariciar los barrotes de su lujosa prisión.

La noche ya había caído cuando la tripulación volvió a cubierta, las risas y comentarios de aquellos hombres apenas me sacaron del ensimismamiento en el que estaba sumida, además, seguramente ya más de uno estaría borracho, porque si algo había aprendido en aquellos dos meses, es que el ron nunca faltaba a bordo y que cualquier excusa era buena para celebrar una de aquellas decadentes juergas. Me extrañó no oír al capitán quejarse, a esas horas ya se habría percatado de que el camarote volvía a estar vacío. Dirigí mi mirada hacia donde se encontraban Kurt y Larry, la única guitarra a bordo era del segundo, por lo que ni corta ni perezosa, al ver que no le echaban demasiada cuenta, cogí el instrumento y volví a sentarme donde antes para estar más tranquila. Mi destreza con la guitarra había mejorado gracias a que noche tras noche me evadía gracias a la música, incluso había llegado a componer más de una melodía.

A medida que el tiempo iba pasando, el silencio fue apoderándose del barco, muchos ya se habían ido a dormir y otros directamente se habían dormido en la cubierta a causa de la borrachera. En cualquier caso me pareció una noche preciosa, la luna, totalmente llena nos saludaba desde lo alto y las estrellas eran perfectamente visibles dado que la única luz la brindaba Selene desde su plenitud. Seguía absorta en el suave punteo de la guitarra cuando al alzar la vista encontré sentado junto a mí al capitán que parecía escuchar con deleite la música mientras miraba al horizonte, llevaba el cabello ligeramente recogido e iba totalmente vestido de negro, una de sus manos descansaba sobre una de sus rodillas la cual tenía flexionada para más comodidad. Dudé, no sabía si seguir tocando o no, me daba vergüenza que alguien me escuchara pero su semblante tan solo logró inspirarme, por lo que seguí tocando hasta que la melodía fue muriendo, escapándose entre mis dedos lentamente dando paso a un extraño y bello silencio tan solo roto por el sonido de las olas. Cerré los ojos tan calmada, que por primera vez, sentí que aquel era mi lugar.

-Eres muy buena- El aplauso del capitán hizo que entreabriera los ojos ligeramente ruborizada, sin atreverme a alzar la vista. Podía sentir que él sin embargo, me miraba fijamente, lo que hizo que mi nerviosismo aumentase hasta el punto de que sentía arder mis ruborizadas mejillas.

-Gracias- murmuré posando la guitarra en mi regazo aún sin mirarle. -¿Cómo es que no estáis con los demás?- fue lo primero que se me ocurrió preguntar, seguramente no fuese lo más adecuado pero el nerviosismo no era buen consejero.

-Bueno, no siempre apetece estar de juerga y emborracharse hasta perder el sentido, ¿no crees?- Volvió a desviar su azul mirada hacia el horizonte, en realidad nunca le había visto emborracharse del modo que acababa de describir, es más, solía verle beber vino, no ron.

-No hace falta beber para disfrutar de la compañía de los demás- Me atreví a alzar la vista hacia él, en ese instante me percaté de que estaba demasiado serio, estaba tan acostumbrada a verle con una actitud confiada y pícara que aquello me inquietó más aún si cabía. Sonrió levemente volviendo la vista hacia mí, instante en el que yo desvié la mía.

-Estoy aquí porque hay algo que no puedo guardarme más y necesito hacértelo saber- Murmuró, pude notar entonces el cálido tacto de una de sus manos en mi mejilla, descendiendo en una suave caricia hasta tomarme del mentón haciendo que le mirara a los ojos, aquel contacto me hizo estremecer, incluso podría afirmar que estaba temblando en esos instantes, se encontraba a escasa distancia y en sus ojos pude ver un brillo diferente, un atisbo de nerviosismo equiparable al que yo sentía en esos momentos, no fui capaz de apartar la vista, definitivamente, aquellos ojos, eran mi perdición.

-Te quiero María- No tuve tiempo de reaccionar, ni siquiera de pensar, cuando pude darme cuenta los labios del capitán ya se habían posado sobre los míos en un suave y tierno beso, mi primer beso, del cual solo la luna fue testigo y las estrellas su confidente. Cerré los ojos instintivamente correspondiéndole mientras notaba sus manos suavemente posadas en mis mejillas, ahora todo tenía sentido, le amaba, le amaba desde aquel instante en Madrid en el que nuestras miradas se cruzaron por primera vez y yo no pude gritar para dar la alarma. Ahora sabía que si en algún momento había estado presa, aquellos ojos azules, en aquel instante, habían logrado hacerme libre. Una libertad que ahora, no estaba dispuesta a perder.

-¡Tierra a la vista!- El grito del vigía hizo que ambos nos separásemos ligeramente, pude leer la felicidad en los ojos del capitán.

-Tengo que ir- Susurró pegando su frente contra a la mía sin apartar la vista de mis ojos.

Asentí sabiendo que como capitán debía dar las órdenes oportunas, él me contestó con un corto beso en los labios y se levantó de un salto empezando a dar órdenes con renovados ánimos a la tripulación que aún dormía. Me llevé la mano a los labios como si realmente no creyera lo que acababa de ocurrir, todavía podía notar la calidez de sus manos sobre mi rostro y le seguí incluso con la mirada unos segundos con el temor de que todo aquello tan solo hubiese sido un efímero sueño del que no quería despertar. Finalmente sonreí a sabiendas de que aquello era real, una dulce y hermosa realidad. Me calé un poco más el sombrero de ala ancha antes de tomar nuevamente entre mis manos la guitarra, esa noche arranqué de aquellas viejas cuerdas una nueva melodía, una nueva canción, nuestra canción.


Capítulo IV

sábado, 8 de mayo de 2010

     Al día siguiente desperté en el camarote, por un momento me sentí desorientada puesto que lo último que recordaba de la noche anterior era que había estado en cubierta, más concretamente en el puente de mando tocando la guitarra española. Me incorporé despacio en el camastro, el sol se colaba por los ventanales ya alto en el firmamento, lo que me hizo intuir que era casi mediodía, aún tenía la ropa de Aramis y aunque me había quedado dormida en cubierta, seguramente él se había encargado de devolverme a esa dichosa jaula. Casi de forma instintiva dirigí la mirada hacia la puerta, el cristal roto estaba cubierto por un trozo de tela, seguramente de alguna vela, me incorporé de un salto y decidí comprobar si había cerrado con llave o no, la verdad es que no albergaba esperanza alguna pero para mi sorpresa, el picaporte cedió, abriéndose la puerta con facilidad, por fin había entrado en razón, o al menos, eso creí en ese instante.

Rápidamente, volví sobre mis pasos para cambiarme de ropa, ya que la del día anterior se había secado, me sentía extrañamente animada, podreis pensar que lo más lógico hubiese sido sentirme incómoda sin los lujos que solía tener en casa, pero todo aquello, por irónico que pudiera parecer, me hacía sentir una libertad que nunca antes había tenido la oportunidad de disfrutar. Dejé la ropa de Aramis en el armario y sin esperar mucho más salí del camarote, rumbo a la cubierta, donde podía oír el trajín de la tripulación, seguramente trabajando en el barco.

Cuando por fin salí al aire libre, tuve que cerrar los ojos, doloridos por la desmesurada luz del astro rey hasta que poco a poco se fueron habituando. Pude darme cuenta de que algunos de los piratas me observaban con sorpresa y otros con cierto recelo, Aramis sin embargo no parecía haberse dado cuenta de mi presencia puesto que cuando por fin le vi, se encontraba junto al timón, con semblante pensativo. Ascendí la escalerilla, segura de mí misma.

-Buenos días Aramis- Saludé, de forma un tanto atrevida al no dirigirme a él como capitán, detalle del que seguramente, más de un pirata se percató, aunque el más cercano a nosotros era el timonel, quién no comentó nada al respecto.

-Buenos días María, espero que hayais dormido bien- Sonrió a la vez que volvía la vista hacia mí. -Por cierto, me debeis un cristal para poder reparar la puerta de mi camarote- Comentó con total tranquilidad mientras tomaba asiento en una de las cajas apiladas que tenía cerca.
-Yo no os debo nada, vos os lo buscasteis, sino me hubieseis encerrado, vuestra puerta seguiría intacta- Me crucé de brazos a cierta distancia de él.

-Si vos os hubieseis portado bien y me hubieseis hecho caso, también estaría intacta- Al parecer se había decidido a llevarme la contraria en todo.

-Pero yo os había advertido de que no estaba dispuesta a dejar que me encerrárais- Caminé varios pasos hasta acariciar la barandilla, el olor a sal me llegó de forma más clara y al parecer el viento era favorable.

-Creo que aún no sois consciente de que aquí el capitán es el que da las órdenes y... ¡Oh!, ¡qué casualidad!, el capitán soy yo- Me miró fijamente algo molesto ya por mi actitud, aunque eso no hizo que me amedrentara ni mucho menos.

-¡Sois un malagradecido!, ¡rompí el cristal de la maldita puerta para cederos vuestro camarote y que descansarais!, no necesito la compasión de nadie y mucho menos la vuestra- Empezaba a perder la paciencia, virtud de la que había tenido que hacer alarde toda mi vida, pero que ahora, poco me importaba.

-Yo no os pedí que hicierais tal cosa, si os permití dormir en mi camarote no fué por el placer de teneros encerrada, ¡¿o es que acaso hubierais preferido dormir con la tripulación?!- Se levantó mirándome altivo, ante su comentario pude escuchar más de una risotada por parte de los piratas que no parecían descontentos ante la idea de que durmiera con ellos.

-¡Yo tampoco os pedí que me secuestrarais y me trajérais a vuestro barco!, ¡si os supongo una molestia os aguantais!- Le sostuve la mirada, con la misma altanería, había vuelto a conseguir sacarme de mis casillas a pesar del buen humor con el que me había levantado, la tripulación ya hacía sus apuestas sobre quién ganaría la sonora riña.

-¡A lo mejor preferís que os tire por la borda!, ¡estoy seguro de que ni los peces aguantarían vuestra presencia!- Se acercó varios pasos a mí y a medida que la discusión se alargaba, el enfado de ambos iba en aumento.

-¡¿Me estais amenazando?!, ¡pues preferiría mil veces la compañía de los peces que la vuestra!- Para no ser menos, también di varios pasos hacia él, encarándole sin miedo alguno. El timonel parecía ser el único ajeno a todo, puesto que seguía haciendo su trabajo como sino ocurriera nada.

-¡¿Qué os habeis creido?!, tan solo sois una niña rica mimada que se cree que todo el mundo hará lo que ella quiera como si fueran sus esclavos. ¡Hola!, ¡bienvenida a la cruel y dura realidad!- Apenas un paso nos separaba a ambos, pude comprobar más de cerca que realmente estaba enfadado, que no era otra simple burla, seguramente, su paciencia se había agotado.

De pronto, los murmullos y apuestas cesaron, el sonido de la bofetada que asesté al capitán hizo que el ambiente se enfriara de golpe, si yo había conseguido acabar con su paciencia, él había dado con mi fibra sensible.

-¡Sois un imbécil!- Dolida, más que cabreada, con los ojos brillantes a causa de la rabia contenida, me di la vuelta y con paso rápido descendí la escalerilla rumbo a la bodega, no quería verle la cara, ¿quién se había creido que era para juzgarme de ese modo sin conocerme siquiera?.

Aunque tardé en encontrar la entrada a la bodega, cuando por fin lo logré, permanecí en ésta durante largo rato, quería estar sola, calmarme, aunque cada vez que recordaba las palabras de Aramis el mal humor volvía en cuestión de segundos, odiaba a la nobleza a pesar de pertenecer a ésta, lo que en cierto modo me hizo pensar que quizá me odiaba a mí misma. Sequé con el dorso de la mano las atrevidas lágrimas que descendían ahora por mis mejillas mientras permanecía sentada entre un montón de polvorientas cajas y barriles, desde allí podía sentir aún más el balanceo del barco y oír perfectamente como las olas chocaban contra el mascarón.

-¡¡María!!, ¡María, ¿me oís?!, ¿dónde demonios...?- La voz de Aramis me sobresaltó, al parecer estaba buscándome pero yo no estaba dispuesta a salir de allí. -¡Vamos!, ¡no seais cabezota y salid de donde quiera que esteis!- La puerta de la bodega se abrió con un chirrido, pude ver entre las cajas como el capitán me buscaba con la mirada y por un instante me pareció que incluso estaba preocupado.

-Capitán, creo que debería ser algo más sutil, no creo que salga si la llama de ese modo- Una segunda voz despertó mi curiosidad, al parecer no venía solo, justo detrás de Aramis se encontraba el contramaestre, el mismo hombre pelirrojo con el que había hablado en Sevilla.

-Me ha pegado una bofetada Jean, delante de toda la tripulación, ¿qué esperas?, ¿que le traiga rosas?- Realmente había conseguido enfadar al capitán y por alguna razón, su último comentario me pareció hasta cómico, de no haber sido porque tapé mi boca con ambas manos, seguramente se me habría escapado una risotada.

-No he dicho eso, las mujeres pueden llegar a ser muy complicadas Capitán y para ser sincero, no hemos tratado con muchas, no al menos sin pagarles primero, ya me entiende- Ambos entraron en la bodega, buscando entre las cajas.

No supe qué hacer, a ese paso me acabarían encontrando aunque realmente ahora mismo apenas me importaba, del barco no podía escapar por lo que finalmente me incorporé sacudiendo mis ropas para quitarles el polvo tras haber estado sentada en el sucio suelo. Ambos dirigieron la mirada hacia mí antes de mirarse entre ellos, seguramente intuyendo que yo había oido la conversación.

Tardaron un poco en reaccionar pero finalmente Aramis me salió al paso interponiéndose entre la única salida de la bodega y yo.

-¿Creeis que os voy a dejar tranquila después de haberme abofeteado delante de toda mi tripulación?- Me miró severo, directamente a los ojos, aunque cuando ambas miradas se encontraron su gesto cambió de forma sutil, seguramente notó que había estado llorando por lo que desvió levemente la mirada. Jean se acercó varios pasos pero de momento no intervino, permanecía justo detrás de mi.

-¿He de entender entonces que vais a imponerme un castigo?- Mi tono era tranquilo, al fin y al cabo había dado una bofetada a un capitán pirata y eso implicaba consecuencias.

-De eso no cabe la menor duda María, en mi barco ha de haber disciplina y al parecer vos no conoceis aún el significado de esa palabra- Por extraño que pareciese dadas las circunstancias sonrió, de forma un tanto maliciosa, algo que no me tranquilizó en absoluto. -Como castigo tendreis toda una tarde de entrenamiento, a partir de hoy me tratareis como vuestro maestro y yo me encargaré de mejorar vuestro arte con la espada durante todo el viaje- Sentenció.

Le miré un tanto incrédula, había imaginado otra clase de castigo como volver a encerrarme o algo así, aunque su decisión no me molestó del todo.

-Está bien, dejaré que me entreneis, pero ahora dejadme pasar- Sostuve su mirada hasta que por fin Aramis se apartó dejando hueco suficiente como para que pudiera salir de la bodega, Jean por su parte se quedó con él, ambos murmurando algo que no llegué a escuchar.

Volví a ascender por las escaleras, el enfado anterior había dado paso a una extraña sensación de calma y en cuanto pisé la cubierta la tripulación guardó silencio de golpe, supongo que esperaban verme enfadada o peor aún, ver como su capitán me castigaba, el cual no tardó en aparecer dando órdenes como si nada hubiese ocurrido.

La mañana transcurrió con inesperada tranquilidad, después de la discusión nadie se atrevió a preguntar al capitán y mucho menos a mí, puesto que durante ese tiempo, pude percatarme de que para más de uno de aquellos piratas, mi presencia en el barco era de mal fario. Apenas pude comer, aunque el mal humor había desaparecido, por alguna razón los nervios habían contribuido a disminuir mi apetito, además, no me sentía del todo cómoda a pesar de que el propio Aramis me llevó la comida al camarote, estaba empeñado en que comer con la tripulación no era lo más acertado para mí.

-¿Creeis que aguantareis el entrenamiento de esta tarde habiendo comido tan poco?- Preguntó al ver la bandeja de comida casi intacta cuando pretendía llevársela.

-No tengo hambre, descuidad, entrenaré de igual modo- No le miré, me incorporé avanzando varios pasos hacia los ventanales del camarote con aire un tanto ausente, observando la estela que el barco iba dejando a su paso mientras él me seguía con la mirada en silencio un tanto extrañado.

-Bueno... os esperaré en cubierta, poneos algo más cómodo, si quereis podeis usar la ropa que os presté- Sin más, salió del camarote con la bandeja entre las manos, cerrando tras de sí para darme intimidad.

Ahora que había logrado librarme de los barrotes de la alta sociedad española sentía que por muy lejos que quisiera volar, no iba a encajar en ningún sitio. Observé el camarote unos segundos y luego volví sobre mis pasos para coger la ropa que Aramis me había dejado el día anterior, me quedaba lo bastante holgada como para darme facilidad de movimiento, por último, recogí cuanto pude mi larga cabellera negra y salí de la estancia, rumbo a cubierta.

He de reconocer que había subestimado a Aramis, aquella tarde descubrí que la esgrima a bordo de un barco era completamente diferente, sino se posee el suficiente equilibro y juego de pies, en menos de lo que canta un gallo acabaría cayendo por la borda o en el suelo, a merced del enemigo con el que estuviera batiéndome. Aquella tarde acabé sentada en el suelo infinidad de veces, llegué incluso a sentirme frustrada, pero él parecía ir en serio, realmente quería enseñarme a desenvolverme allí y durante los dos meses siguientes de viaje, rumbo a Estambul, en los que entrené cada tarde, me di cuenta de que realmente me había estado enseñando algo tan útil en la mar como lo era el respirar para un hombre y que, a pesar de las múltiples diferencias y discusiones entre ambos, algo frecuentes por cierto, con su actitud y cabezonería, había logrado que estuviera a gusto a bordo, hasta el punto de sentir que, por primera vez, encajaba en algún lugar.

Capítulo III

domingo, 11 de abril de 2010

     Poco después, el caos se apoderaba del puerto, no tardé en oír el revuelo que formó el Capitán Aramis junto a su tripulación, el sonido de los estoques al entrechocarse, ya bien conocido por mí se unió al alboroto de las voces de alarma cuando los piratas se lanzaron a la lucha por recuperar el barco que la marina había tomado y en el que ondeaba claramente la bandera pirata. Mi juicio vaciló por primera vez desde que fuera raptada en Madrid, volvía a dudar sobre si quería ver a Aramis y a toda su tripulación colgados en la horca, me atemorizaba tener que presenciar semejante escena pero a la vez, sabía que seguramente todos aquellos hombres no merecían otro fin, eran piratas, ladrones y asesinos que hacían lo que querían cuando querían sin atender a ley alguna más que la de sus propios deseos.

Miré a Kurt y a Larry como esperando alguna reacción por parte de éstos pero al parecer no estaban preocupados, es más, podía leer en sus ojos que no temían por sus compañeros y tras unos minutos, que se me hicieron eternos, me amordazaron para que no pudiera gritar haciendo que bajara de la caravana a pesar de mis inútiles forcejeos.

-No te servirá de nada resistirte preciosa- Murmuró uno de ellos jugueteando con uno de mis bucles, gesto que me hizo apartar la cabeza con brusquedad.

Me llevaron hasta una pequeña cala, donde habían varios botes volcados, aún a esa distancia podía oír el griterío y algún que otro disparo. Sin reparos, Larry arrastró un bote hasta la orilla y Kurt me hizo subir en él, sin embargo, mis ojos seguían buscando algún indicio de la victoria o derrota de Aramis mientras los dos piratas remaban para hacer que el bote avanzara hacia alta mar seguros de que volverían a su barco.

El tiempo en el bote se me hizo eterno, aunque finalmente pude ver como el barco que lucía la bandera pirata abandonaba puerto, si alguna vez creí que mi padre exageraba cuando hablaba mal del trabajo de sus subordinados, ahora sabía que tenía toda la razón, unos cuantos piratas habían vencido a la marina española y en menos de lo que canta un gallo habían recuperado su barco. Me frustró tanto el hecho de saber que iba a seguir prisionera que, usando mis últimas fuerzas, golpeé con una patada a Kurt, el cual estuvo a punto de caer del bote que se balanceaba peligrosamente amenazando con volcar.

-¡Maldita zorra!, ¡¿quieres estarte quieta?!- Larry sujetó mis piernas para que dejara de patalear y aunque no podía hablar a causa de la mordaza seguí intentando luchar sin éxito alguno puesto que apenas tenía fuerzas para nada tras el largo viaje en carruaje y la ausencia de alimento.

Tal y como el capitán les había ordenado, Kurt y Larry me subieron a bordo del barco, el segundo me llevaba al hombro con bastante facilidad a lo que simplemente pataleé molesta. Ya en cubierta me dejó caer con brusquedad contra el suelo de madera, me faltó la respiración por unos segundos.

-¡Eh!, ¿qué manera es esa de tratar a una dama Larry?- Aramis se había acercado rápidamente, pude ver que estaba intacto, ni siquiera sus ropas parecían rotas tras la contienda, se inclinó y me incorporó con cuidado a pesar de que seguía mareada por el golpe.

-Lo siento Capitán, pero esa maldita mujer casi nos tira del bote- Contestó malhumorado mientras Kurt terminaba de subir al barco. Pude percatarme de que Aramis aguantaba una risotada.

-Bueno, pero no lo consiguió, deberíais estar celebrando nuestra victoria, ¡¿no es así muchachos?!- Todos contestaron a la pregunta con un rotundo "sí" al unísono mientras reían divertidos dispuestos a celebrar una victoria que para mí suponía más bien lo contrario.

Aramis aprovechó ese momento de alegría y jolgorio para tirar de mi brazo y hacer así que andase, guiándome hacia las escaleras que descendían a uno de los pisos inferiores del barco, me llevó a través de un largo pasillo y pude notar el vaivén con más claridad aunque el oleaje no era excesivo. De pronto se detuvo frente a la puerta de lo que parecía ser un camarote, sin prisa alguna, se situó detrás de mí y desató la mordaza que me mantenía callada para posteriormente abrir la puerta y hacerme pasar, se trataba de su propio camarote, cosa que no me tranquilizó. Rápidamente me giré con la esperanza de salir de allí, temerosa de las intenciones que pudiera tener aunque él posó las manos sobre mis hombros e hizo que me sentara en el camastro.

-Tranquila, ya os lo dije, no pienso haceros daño a menos que me deis motivos para ello- Sonrió con tranquilidad y se deshizo del sombrero a la vez que se inclinaba para desatar mis manos también, seguramente no le preocupaba que pudiera escapar, ¿cómo iba a volver a tierra?, ¿nadando?, seguramente ya estábamos a demasiada distancia de la costa como para hacer algo así, no tenía escapatoria posible a excepción de la muerte.

Me miró unos instantes antes de girarse y salir del camarote cerrando tras de sí con llave, hecho que me hizo descartar la idea de intentar salir de allí. Observé la estancia, a pesar de ser el camarote de un capitán no había excesivos lujos, un escritorio con varios mapas y una vela ya casi consumida, un armario, la cama en la que estaba sentada y amplios ventanales desde los que podía ver como el puerto de Cádiz ya solo era una mota en el horizonte.

De pronto, una idea se formó en mi cabeza, casi como un resorte me levanté de la cama y empecé a rebuscar por todo el camarote, a lo mejor guardaba algún arma allí, si así era quizá pudiera tener alguna oportunidad de defenderme en caso de que intentara algo y aunque me costó, finalmente encontré una daga bajo la almohada, algo propio de alguien como él que seguramente tenía más de un enemigo. Rasgué las sábanas por un extremo improvisando una tira de tela con la cual sujeté la daga a mi muslo derecho bajo la larga falda y tras lo cual dejé todo tal y como estaba para no levantar sospechas quedándome sentada en la cama como al principio. Mi intuición no me traicionó, el sonido de la llave y la sombra de él tras el opaco cristal que adornaba la puerta hicieron que volviera la vista hacia ésta, viendo como entraba en el camarote con una bandeja de comida.

-Puesto que durante el viaje no quisisteis comer, os he traido algo, seguramente esteis hambrienta- Tomó asiento a mi lado, acercándome la bandeja.

-No pienso comer- Mi respuesta fue tajante, tenía razón al decir que estaba hambrienta pero no quería aceptar nada de aquel que me había arrebatado la libertad, aunque tiempo después supe que más bien había abierto la jaula en la que me encontraba antes de que él se cruzara en mi camino. Suspiró ante mi negativa y dejó la bandeja a un lado.

-Creo que hemos empezado con mal pie- Se levantó y se deshizo de la levita, la cual colgó de la silla que había junto al escritorio, algunos mechones habían escapado de la coletilla que recogía su cabello, fue en esos momentos cuando me di cuenta de que estaba agotado o eso al menos mostraba su semblante. Se frotó la nuca y volvió a mirarme, esta vez, acuclillado ante mí. -Hagamos un trato, si dejais que sea vuestro amigo, cuando volvamos de Estambul, os llevaré de vuelta a Madrid sana y salva- Aquellas palabras me sorprendieron realmente y por un momento desconfié, creyendo que se trataba de una nueva burla.

-¿A Estambul?, ¿qué vais a hacer allí?- Decidí averiguar algo más antes de tomar decisión alguna y mi pregunta hizo que él sonriera nuevamente, esta vez con picardía.

Se incorporó y caminó hacia donde había dejado anteriormente la levita, buscando algo dentro de ésta, para mi sorpresa aún guardaba la bolsa con la que le vi escapar en Madrid pero esta vez pude ver lo que contenía. Aramis sostenía ante mis ojos un hermoso collar de oro con multitud de piedras preciosas engarzadas en éste, cada una de un color diferente, mis ojos se abrieron de par en par al reconocer la joya.
-Eso es...- Hice una pausa antes de poder terminar la frase, aunque no hizo falta.

-Un collar de la Reina- Sentenció a la vez que tomaba asiento a mi lado en la cama colocándome la joya al cuello. -A vos os sienta mejor.

-Quitadmelo, no es mío- Reaccioné al fin, jamás habría imaginado que aquel muchacho hubiese robado algo tan importante, ahora entendía el afán de los alguaciles por atrapar al osado ladrón. -Estais loco- Sentencié.
-Puede que esté loco, pero gracias a esto podremos vivir tranquilos una temporada tanto mi tripulación como yo- Rió levemente mientras volvía a guardar el collar.

-Y vais a Estambul para venderlo- Le seguí con la mirada mientras dejaba la bolsa con la joya nuevamente en su levita.

-Sois inteligente Menina, en cualquier caso, no habeis dado respuesta a mi propuesta. ¿Amigos?- Tendió la mano hacia mí con intención de cerrar el trato.

-¿Puedo confiar en vuestra palabra?- Le miré directamente a los ojos, buscando la burla o la mentira en ellos, pero por extraño que pareciese no encontré ni una cosa ni la otra.

-No me ofendais, soy pirata pero también soy un hombre, si os doy mi palabra, la cumpliré- Sostuvo mi mirada con decisión y opté por estrechar su mano, al fin y al cabo no tenía otra elección, al menos, tarde o temprano volvería a Madrid. -Bien, en ese caso, ¿me direis ahora vuestro nombre?- Murmuró tras haber besado el dorso de mi mano con elegancia.

-Está bien, de todas formas odio que me llameis Menina- Suspiré mientras apartaba la mano de él sin brusquedad aunque evitando mirarle a los ojos, aquel gesto me hizo sentir cierta vergüenza. -Me llamo María De la Rosa- Pude ver claramente como su semblante cambiaba en apenas unos segundos mientras volvía a acercarme la bandeja de comida, seguramente conocía mi apellido, error por mi parte haberlo mencionado aunque fuera de forma inconsciente.

-¿De La Rosa decís?- Preguntó retóricamente mientras acariciaba su mentón. -Bueno María, tengo algunas cosas que hacer, así que disfrutad de la comida, volveré más tarde para ver si necesitais algo- Apenas me dió tiempo a reaccionar, mientras pronunciaba estas últimas palabras se dirigió hacia la salida del camarote volviendo a dejarme encerrada.

Resoplé, me molestaba demasiado su actitud y más aún el hecho de que me había dejado encerrada cual pajarillo, ¿qué se había creido?, ¿que era su mascota? Aparté de un manotazo algunos bucles que caían sobre mi frente algo furiosa, pero tan pronto como vino el enfado, éste se fue en cuanto el olor de la comida hizo que mi estómago se quejara, llevaba casi un día completo sin comer y esta vez ni siquiera el mal humor impidió que comiera con bastante apetito.

Poco hice durante aquel día, no volví a saber nada de Aramis hasta que el sol empezaba a ocultarse en el horizonte, y fue justo cuando los pasos del capitán hicieron que me incorporara, había aprovechado el tiempo a solas para descansar en el camastro. La puerta no tardó en abrirse, un agotado Aramis entró en el camarote observándome unos segundos en silencio.

-¿Habeis descansado?- No preguntó si había comido, creo que era más que evidente la respuesta puesto que la bandeja vacía descansaba sobre el escritorio.

-Si- Contesté de forma escueta aunque mi tono ya no mostraba el mismo enfado de antes.
-Me alegro- Sonrió tenuemente y avanzó hacia el escritorio para tomar entre sus manos la bandeja, seguramente con intención de llevársela.

-¿No me dejareis salir de aquí durante todo el viaje?- Pregunté algo incómoda ante la sola idea de estar encerrada tanto tiempo.

-Primero debo asegurarme de que no intentais tontería alguna, además, un barco lleno de hombres no es lugar seguro para una señorita- Contestó desde la puerta justo antes de volver a salir, dejándome con la palabra en la boca y de nuevo enfadada. Si creía que iba a poder tenerme allí encerrada todo el viaje estaba muy equivocado, no pensaba darme por vencida tan fácilmente.

Aunque le oí regresar, para mi sorpresa no entró en el camarote, pude distinguir tras el opaco cristal de la puerta, su silueta tomando asiento en una silla como si de un guardia custodiando a un preso se tratara. Sin pensármelo dos veces, di varios toquecitos contra el cristal intentando llamar su atención, me pareció oír que chasqueaba la lengua molesto pero seguí aguardando a que abriera, cosa que no tardó en hacer.
-¿Qué quereis?- Preguntó intentando no parecer brusco aunque dado su estado de cansancio era más que lógico reaccionar de esa manera.

-Necesito ir al cuarto de baño- Le miré altiva, cruzándome de brazos con seriedad. Al oír mi petición realmente noté que no sabía qué hacer, se frotó la nuca algo incómodo y entró en el camarote acuclillándose poco después junto a la cama, seguramente con intención de sacar algo bajo ésta.

Sonreí, no se había preocupado de cerrar la puerta con llave tal y como yo había previsto, por lo que sin preocuparme de saber qué había ido a hacer, salí corriendo del camarote ascendiendo poco después por las escaleras hacia la cubierta, lo que allí encontré me impactó, sigo buscando una explicación coherente al hecho de que, al paso, me salió el propio Aramis justo cuando me disponía a subir al puente de mando, ¿cómo había conseguido llegar antes que yo a la cubierta si estaba completamente segura de que se había quedado rezagado en el camarote?, apenas tuve tiempo para buscar lógica alguna.

-¿Os parece bonito?, yo tratando de ser amable y vos engañándome. De aquí no podreis escapar, ¿o acaso quereis ser pasto de los tiburones?- Sonrió levemente a pesar de su cansancio, observándome desde su elevada posición ya que yo no había ascendido aún por la escalerilla que llevaba al puente de mando.

-¿Y a vos os parece normal tenerme todo el día encerrada en vuestro camarote?- Subí la pierna derecha a un barril cercano, recogiéndome la falda lo suficiente para tomar la daga que había atado esa misma mañana a mi muslo derecho. Aunque en esos momentos me guiaba el instinto, no puedo negar que cuando recuerdo ese instante, siento verdadera vergüenza, había mostrado casi toda la pierna y al parecer Aramis no había quedado indiferente puesto que cuando me planté con la daga en la diestra pude percatarme de que me observaba con demasiada atención.

-¿Qué vais a hacer con eso?- Sonrió divertido al ver que estaba dispuesta a defenderme con una simple daga. -No seais cabezota y ahorradme el trabajo de tener que obligaros a volver al camarote- Bajó varios peldaños de la escalerilla a los pies de la cual me encontraba.

-No estoy dispuesta a que volvais a encerrarme, si quereis que vuelva al camarote, tendreis que obligarme- Le miré con seriedad, desafiante, si creía que iba en broma estaba muy equivocado, seguí con la daga preparada, a lo que él no tardó en desenvainar su estoque.

-Sopesad la situación, con un arma tan pequeña apenas teneis oportunidad, eso contando con que sepais algo de esgrima- Al parecer estaba demasiado seguro de su victoria, ni siquiera parecía tenso o alerta mientras seguía acercándose a mi.

No contesté, preferí que la daga hablara por mi, en apenas unos segundos mi postura cambió para poder atacar con comodidad, sin dejar huecos, con una simple y limpia estocada. Él reaccionó a tiempo, bloqueando el arma con el filo del estoque, yo ya intuía que un ataque tan sencillo no serviría de mucho teniendo en cuenta que él era un pirata seguramente curtido en más de una batalla y que, además, no pelearía de forma limpia. Adelantó un pie acortando aún más la distancia entre ambos, mirándome directamente a los ojos, presionando con el estoque la daga para ganar terreno aunque aguanté durante unos segundos, tras los cuales, con un giro de muñeca intenté desarmarle aprovechando la fuerza que él ejercía, no lo conseguí, pero la expresión en su rostro cambió.

-No está nada mal, veo que os subestimé, aunque me parece extraño que una dama como vos sepa empuñar un arma en vez de temerla. ¿Puedo preguntar quién ha sido vuestro maestro?- Enarcó una ceja volviendo a escudriñarme con la mirada.

-Eso a vos no os importa- Contesté mientras volvía a atacar, esta vez con una finta, que no sirvió de mucho, era ya diestro en el engaño y la esquivó facilmente ladeando el cuerpo antes de acortar distancias por segunda vez.

-Bueno, en cualquier caso, aún os falta mucho por aprender, María- Se daba el lujo de tutearme mientras "toreaba" con cierto estilo cada uno de mis ataques. -Yo podría enseñaros si me dejarais- Una vez dicho esto y teniendo en cuenta que la distancia entre ambos era mínima, me ató a él con uno de los cabos que había cogido durante el duelo sin que yo me hubiese percatado de ello, estaba más atenta a su estoque que a lo que pudiera haber a mi alrededor.

-Para empezar, deberíais calmaros un poco- Para mi sorpresa y como siempre, de la forma menos previsible, me sujetó firmemente contra él y se tiró por la borda. El agua estaba helada y cuando pude cojer aire de nuevo él se reía divertido. -Así se os bajarán los humos- Tan molesta estaba por su acto que en vez de calmarme aquellos solo consiguió enfadarme aún más.

-¡Estais completamente loco!, ¡desatadme ahora mismo!- Intenté sin éxito zafarme, al frío se sumaba el hecho de que Aramis estaba demasiado cerca para mi gusto y no estaba dispuesta a seguir soportando tal atrevimiento.

-¿Voy a tener que estar mucho rato en estas frías aguas para que se os pase el mal humor?, os advierto que tengo mucha paciencia- Volvía a mirarme directamente a los ojos, detalle que me hizo recapacitar puesto que no leí mentira en su mirada, por muy enfadada que estuviese, sentía como el frío se clavaba en mi cuerpo como si de agujas se tratara por lo que no tardé en dejar de quejarme, eso si, aparté la mirada de él incómoda, con el cabello empapado pegado al rostro de forma un tanto molesta.

No tardaron en tirar un nuevo cabo, esta vez para poder sacarnos del agua, o más bien rescatar al capitán puesto que dudo mucho que aquellos piratas tuvieran consideración alguna por mí. Aramis me sujetó firmemente para que no volviera a caer al agua y poco después ya estabamos de vuelta en cubierta, esta vez, empapados.

-Llevadla a mi camarote- Ordenó tras desatarme, momento en el que dos de los piratas me sujetaron con intención de llevar a cabo el mandato, mientras Aramis se adelantaba descendiendo por las escaleras.
Lo que el capitán y su tripulación no habían notado, era que yo aún sostenía la daga en la diestra a pesar de haber caido al agua, no estaba dispuesta a resignarme por lo que con el mango del arma blanca golpeé a uno de aquellos que me habían sujetado, mientras que al otro, casi al mismo tiempo le apartaba de un empujón. En apenas unos segundos tenía a casi seis hombres rodeándome, ni siquiera sé como conseguí tal proeza pero aunque dos de ellos me ofrecieron cierta resistencia, los cuatro restantes, probablemente algo ebrios, acabaron inconscientes antes de lo que pensaba, no di muerte a ninguno, pude incluso hacerme con dos estoques y cuando el último cayó al suelo, las palmadas del capitán a modo de aplauso me hicieron volver la vista hacia él.

-¡Bravo!, ¿y ahora qué hareis?, estais helada y empapada- rió mirándome desde las escaleras justo antes de girarse y volver a avanzar hacia su camarote.

Aunque sabía que no iba a poder escapar, aquella pequeña contienda hizo que me relajara, un desahogo después de tamaño enfado y creo que él fue consciente de ello. Opté por bajar hacia el camarote, enganchando ambos estoques a mi cadera gracias al pañuelo que tenía atado a ella, me apoyé en el marco de la puerta pudiendo ver ahora como Aramis estaba frente al armario, probablemente escogiendo ropa para cambiarse puesto que, al igual que yo, seguía empapado.

-¿Sabeis que si os derrotara ahora mismo, podría hacerme con vuestro barco?- Sonreí, en cierto modo la situación me divertía, incluso había hecho que me olvidado del frío.

-¿Y creeis que esos rufianes os aceptarán como capitana?- Rompió a reír mirándome de reojo desde su posición. -¿Qué me aconsejais?- Cambió de tema repentinamente, haciéndome un gesto para que mirara la ropa que había en el armario.

-No se...- Me acerqué para poder mirar mejor las prendas y tras unos minutos sopesando las opciones, acabé señalando una camisa azul, un pantalón negro y un pañuelo para el cabello de ese mismo color. -Teniendo en cuenta que no necesitais ir de gala, creo que es lo más adecuado- él sonrió observándome unos segundos antes de cojer dichas prendas.

-Teneis buen gusto, pero me temo que tendré que dejaros algo de ropa y sobra decir que no poseo prendas femeninas, tendreis que esperar a que se os seque esa para poder vestiros como una dama de nuevo- rebuscó un poco más en el armario y sacó una camisa blanca y un pantalón marrón para posteriormente ponerlo sobre la cama. -Tendreis que ajustároslo un poco, pero servirá al menos hasta que se seque la vuestra, yo voy a cambiarme a otro sitio, vos quedaos aquí- Echó a andar mientras yo le observaba callada y salió del camarote cerrando tras de sí, como no, con llave. Negué con la cabeza al ver que todo aquello no había servido de mucho pero al menos me pareció que ya no había tanta tensión entre ambos, aunque dudo que él hubiese estado tenso en algún momento y si lo estuvo, no lo demostró.

Tras haberme cambiado de ropa y habiendo colocado las prendas mojadas junto a una de las ventanas para que se secaran, pude oír como los pasos de Aramis volvían a acercarse al camarote, pero como anteriormente, no entró, sino que volvió a sentarse en la silla junto a la puerta. Era cierto que me había secuestrado, que ahora mismo estaba lejos de todo cuanto había conocido por su culpa, pero sin saber muy bien por qué, sentí cierta lástima, le estaba quitando el camarote y probablemente él llevaba casi dos días sin pegar ojo, teoría que corroboré en cuanto miré a través del opaco cristal y distinguí su silueta escuchando a la vez una pausada y lenta respiración, propia de alguien que está dormido.

Miré a mi alrededor, buscando algo con lo que poder abrir la dichosa puerta, la verdad es que no tuve otra opción que la de envolver mi mano con un trozo de las sábanas y romper el cristal, el trapo además de protegerme del golpe, había conseguido que el ruido no fuera excesivo y teniendo en cuenta el cansancio del capitán, éste ni siquiera se movió. Sonreí para mí misma al notar que, efectivamente, la llave estaba en la cerradura por lo que no tardé en abrir la puerta con todo el sigilo posible. Ahora venía lo más difícil, no tenía tanta fuerza como para cargar con él, por lo que, de forma muy lenta sujeté la silla por el respaldo haciendo que ésta se inclinara para acabar equilibrada sobre las dos patas traseras, mi intención no era otra que la de arrastrar despacio el asiento y hacer entrar a Aramis en el camarote.

Me llevó un buen rato recorrer la distancia desde la entrada al camastro, pero con mucha paciencia logré situar la silla junto al lecho en el cual dejé caer al capitán, de la forma más sutil posible dadas las circunstancias. Aquellos segundos se me hicieron eternos ya que por un instante creí que se despertaría, pero él tan solo se quejó un poco buscando una mejor posición en la que dormir, suerte que la almohada logró hacerle sentir cómodo, ya que rodeó ésta con un brazo y siguió profundamente dormido.

Lo había logrado, la puerta estaba abierta y el capitán en su camarote, no quería deberle nada y en cierto modo el hecho de desobedecerle y salir de allí hacía que me sintiera satisfecha, como una niña cuando lleva a cabo una osada travesura. Cojí el sombrero de ala ancha que descansaba en el escritorio y salí del camarote rumbo a la cubierta, al parecer ya casi toda la tripulación estaba descansando, a excepción de algún que otro borracho que seguía a la intemperie. De pronto, algo llamó mi atención junto a la escalerilla que ascendía al puente de mando, descansando al lado de uno de aquellos piratas ebrios yacía una guitarra española, no pude sobreponerme a la tentación de cogerla antes de subir al puente de mando y acomodarme en la popa del barco, sentada sobre el frío suelo de madera. Me acurruqué un poco, calándome el sombrero y simplemente dejé que la música, arrancada de las cuerdas de aquella guitarra, apaciguara mi alma.


Capítulo II

jueves, 4 de marzo de 2010

     No podría decir con certeza el tiempo que estuve en aquel carruaje, supongo que dormí varias horas puesto que, cuando volví a abrir los ojos, Aramis se acababa de sentar a mi lado y se disponía a despertarme. En su regazo pude distinguir un plato con jamón y pan, además, él sostenía en la diestra una copa de vino tinto, de la que estaba dando buena cuenta.

-¿Habeis dormido bien Menina?- Sonrió de forma un tanto burlona sabiendo que seguramente yo seguía incómoda y molesta, o al menos eso demostraba mi silencio. -Supongo que tendreis hambre- Sin más, cojió algo de jamón con intención de acercármelo para que comiera, gesto al que contesté apartando el rostro hacia un lado, no pensaba aceptar comida de alguien como él, seguía enfadada a pesar de que en cierto modo los nervios habían desaparecido.

No insistió, pausadamente y casi con socarronería disfrutó de la comida delante de mis narices aún cuando yo seguía sin mirarle directamente. Me dolía horrores la espalda y tenía la sensación de que el tiempo que estuve durmiendo solo había conseguido acentuar mi agotamiento, además, aunque me pesara reconocerlo, hacía muchas horas que no probaba bocado y mi estómago se quejó más de una vez, sonido al que él respondía con aparente indiferencia, como si esperara verme suplicar, cosa que, por supuesto, no estaba dispuesta a hacer.

-Tarde o temprano tendreis que comer- Dejó a un lado el plato de jamón aún cuando quedaba la mitad y, para mi sorpresa, desató mis manos con tranquilidad. -Ya os lo he dicho, si os portais bien, no tendré motivos para haceros daño.

La primera reacción por mi parte fue la de frotarme las muñecas, ligeramente entumecidas a causa del tiempo que habían estado atadas, no entendía la actitud de aquel joven y aunque sentí cierto alivio tras su último comentario, mi orgullo seguía impidiendo que cojiera comida alguna.

-No tardaremos demasiado en llegar a Sevilla- Sin esperar respuesta, Aramis descendió del carruaje para volver al asiento del cochero, dejando a mi lado el plato con el jamón y el pan que aún quedaban y, por supuesto, habiendo asegurado bien la portezuela para que no tuviera opción alguna si intentaba escapar.

No hubo mentira en sus palabras, tal y como dijo, no tardamos mucho en adentrarnos en la sevillana urbe, a juzgar por la inquietante tranquilidad de sus calles pude intuir que era bien entrada la madrugada aunque mi concepción del tiempo no era la más adecuada, al menos el traqueteo del carruaje era menor, hecho que supuso un respiro para mi dolorida espalda. El plato de comida seguía a mi lado, más de una vez estuve tentada a comer pero pronto la idea se desvaneció, en cierto modo pensaba que si comía estaría haciendo lo que aquel rufián quería por lo que acabé centrándome en la ventanilla.

Ya había estado en aquella ciudad más de una vez, sobretodo en Semana Santa, solía ir con mi familia a las procesiones y misas aunque el verdadero fin de aquello no era ni mucho menos religioso, más bien un alarde de altanería y egocentrismo para ver quién gozaba de mayor prestigio o poder entre las familias nobles. Recuerdo como mi madre no hacía más que contar año tras año como la Reina le había dado su favor y que incluso su única hija era menina de ésta, claro que, aquella historia iba cambiando de un año a otro, por no decir que la había modificado completamente para parecer más importante aún de lo que ya era. Mi padre, sin embargo, era más discreto, no solía alardear demasiado puesto que tampoco le hacía excesiva falta, todo el mundo sabía que su cargo era de los más importantes dentro de la marina española, incluso capitaneaba uno de los mejores barcos que la nación poseía. Curioso que teniendo un padre con semejante oficio ahora me encontrase retenida por un vulgar pirata, por muy capitán que dijese ser.

El carruaje se detuvo inesperadamente, sacándome con cierta brusquedad de mis recuerdos, en un acto reflejo volví la vista hacia la ventanilla, no muy lejos pude escuchar voces e incluso música, apenas tuve tiempo de indagar más puesto que el sonido de la portezuela al abrirse llamó mi atención. No tuve tiempo para reaccionar, Aramis ya estaba casi a mi lado pero para mi sorpresa no tomó asiento, ni siquiera hizo caso al plato de comida que seguía intacto, tomó mi mano con cierta delicadeza.

-Venid, acompañadme- Tiró sin brusquedad con la intención de que bajara del carro, puede que no conociera a aquel joven, pero de algo estaba segura, jamás había conocido a alguien tan imprevisible como él. Mi perplejidad impidió reacción alguna y cuando volví a pensar con claridad, ya estaba fuera del carruaje. Notaba las rodillas temblorosas a causa de las horas que había pasado sin apenas moverme, cosa que a él no parecía afectarle ya que seguía andando sin soltar mi mano. -¿Aún no habeis comido nada?, sois una cabezota- Probablemente se percató mi debilidad al andar puesto que estoy segura de que ni siquiera se fijó en que yo no había tocado el plato de comida.

No contesté, seguía extrañada ante la actitud de él, puedo afirmar incluso, que su mano en ningún momento apresó la mía con demasiada fuerza, más bien me pareció que, a pesar de la aspereza de la suya, él me trataba con inesperada delicadeza, seguramente si hubiese forcejeado me habría librado con facilidad, pero no reaccioné, simplemente le miraba perpleja mientras intentaba seguir su paso.

La música no tardó en llamar mi atención, nos estábamos acercando a un grupo de hombres, algunos parecían gitanos y otros poseían rasgos extraños aunque de no haberme fijado bien, habría creido que se trataba de una simple compañía de teatro o algo similar. Algunos tocaban instrumentos mientras otros bebían o cantaban animados, más de uno saludó con un gesto a Aramis, que seguía llevándome de la mano hasta que uno de aquellos hombres, de cabello rojizo largo recogido en una coleta y ojos claros se detuvo justo delante de nosotros haciendo que parásemos.

-Capitán, falta poco para que amanezca, ¿qué piensa hacer?- Al parecer no había mentido, era capitán a pesar de que aquel hombre parecía mayor que él y por lo que pude intuir, aquellos hombres su tripulación
-De momento id recogiendo todo, debemos llegar cuanto antes a Cádiz- Esta vez sí, tiró de mí con algo más de brusquedad haciendo que me adelantara un poco, a lo que el hombre que seguía ante nosotros me observó con cierta severidad. -Si hay problemas ella será nuestro salvaconducto, destroza el carruaje en el que hemos llegado y déjalo en el camino. Haz que le den ropa para que se cambie- Aunque en ese momento intenté alejarme de ambos, el hombre de cabellos rojizos me cogió con fuerza del antebrazo para llevarme casi a rastras hacia una de las tiendas que habían montado mientras daba órdenes a los demás haciendo que se movilizaran con rapidez.

-¡Eh!, ¡vosotros dos!- Me empujó con fuerza haciendo que cayera a los pies de dos desaliñados jóvenes que se incorporaron rápidamente observándome, en un principio intenté forcejear pero no tenía opción alguna, era demasiado fuerte como para zafarme. -No dejeis que escape y dadle algo de ropa para que se cambie, la necesitamos intacta o no nos servirá, así que no hagais ninguna tontería- Aquellos dos me cogieron cada uno de un brazo mientras me llevaban al interior de una de las tiendas haciendo algún que otro comentario que prefiero no recordar.

Minutos después me encontraba tras una especie de cortina con varias prendas en el regazo y aquellos dos jóvenes esperando a que me cambiara de ropa, podía ver sus sombras a través de la tela que guardaba mi intimidad. No puedo negar que sentí alivio cuando me deshice del incómodo vestido con el que había ido a ver a la Reina aquella misma tarde, las ropas que me habían dado parecían propias de una gitana, una falda larga de color marrón, una bonita camisa blanca con encajes que dejaba al descubierto mis hombros y que se ceñía a mi cintura gracias a un corpiño del mismo color que la falda y un pañuelo que até alrededor de mi cadera, por último me solté el cabello puesto que ya empezaba a dolerme la cabeza por tenerlo tanto tiempo recogido, los bucles azabaches se esparcieron sobre mis hombros dándome un aspecto aún más extraño, de haber tenido un espejo a mano estoy segura de que no me habría reconocido.

-¡Oye muchachita!, ¡no tenemos toda la noche!, ¿has acabado ya?- La voz de uno de los dos piratas me sobresaltó y por un momento miré a mi alrededor buscando una forma de escapar aunque al parecer lo tenían todo bien previsto, no podía irme de allí sin ser descubierta, así que, me armé de valor y salí de detrás de la cortinilla, ya buscaría el mejor momento para huir, ni siquiera me preocupé del vestido, el cual dejé allí. Los dos jóvenes me volvieron a agarrar para hacer que saliera de la tienda justo cuando Aramis, acompañado por el pelirrojo, se acercaban.

-No podemos retrasarnos mucho más, debemos aprovechar el cambio de guardia para poder recuperar el barco- Ambos parecían hablar con seriedad y a juzgar por las palabras del capitán no lo tendrían tan fácil para escapar, situación que podía favorecerme a la hora de encontrar una huida. -Vaya, así estais mucho mejor, aunque no puedo negar que aquel vestido también os sentaba muy bien- Volvía a burlarse con descaro de mi, o al menos esa era la sensación que me transmitieron sus palabras a la vez que sus ojos volvían a clavarse en los míos. -Atadla bien, nos vamos- No hizo falta insistir, los dos jóvenes me ataron las manos a la espalda y tiraron de mí hacia una caravana donde al parecer viajaríamos hasta Cádiz.

El sol despuntaba en el horizonte cuando por fin llegamos a la ciudad gaditana, a pesar de la temprana hora, aquel lugar ya rebosaba de actividad, el puerto era un hervidero de marineros y mercaderes que iban de un lado a otro comenzando sus jornadas de trabajo. La caravana no se detuvo hasta llegar a uno de los muelles más apartados que poseía el puerto, la mayoría de los hombres que viajaban en la misma caravana que yo, descendieron de ésta a excepción de los dos que se encargaban de mi custodia, los mismos que me habían proporcionado la ropa. Pude oír que Aramis explicaba un complejo plan para recuperar su barco, el cual había tomado la marina, dato que me hizo sonreír levemente, con un poco de suerte los hombres de mi padre darían buena cuenta de aquellos piratas.

-¡Kurt, Larry!- Aramis entró en la caravana donde me encontraba con aquellos dos, que al parecer respondían a esos nombres. Había vuelto a vestirse con los mismos ropajes que lucía el día anterior, cuando nuestras miradas se cruzaron en una de las calles de Madrid. -Escuchadme bien, vosotros dos tendreis que aprovechar el revuelo para conseguir un bote y llegar al barco cuando ya lo hayamos recuperado, no dejeis que nuestra invitada escape o arme jaleo, nadie puede veros, en caso de problemas ella será nuestro último recurso- Sonrió, observándome unos segundos antes de volver a marcharse tras el asentimiento de los dos piratas que parecían haber entendido el plan.

Realmente en aquellos momentos no pude siquiera imaginar el vuelco que daría mi vida a partir de aquel día, jamás pensé que aquellos libros sobre piratas y tesoros perdidos que había leido en muchas de las tardes que pasé en Palacio podían ser una realidad, una dura y a la vez dulce realidad.

Capítulo I

miércoles, 17 de febrero de 2010

     Recuerdo aquel día como si de ayer se tratara, 11 de Abril del año 1654. Salí de casa con la misma desgana de siempre, me sentía hundida en la monotonía a pesar de saber que gozaba de privilegios que muchos anhelaban y pocos conseguían. Caminé hasta el carruaje que aguardaba para llevarme a palacio, seguida de mi madrastra que no dejaba de recordarme una y otra vez que debía sentirme orgullosa, que la Reina no escogía a cualquiera y que mi destino era convertirme en toda una dama mientras retocaba infinidad de veces los bucles azabache ligeramente recogidos de mi larga cabellera. Intenté hacer ver que la escuchaba a pesar de que tenía que soportar las mismas palabras cada vez que salía de casa para pasar la tarde con su majestad, la cual me había aceptado como una de sus meninas para hacerle compañía. Mentiría si dijera que recuerdo la primera tarde que pasé con ella, aunque con el paso de los años se había convertido en una segunda madre para mí, quizá porque pasaba más tiempo en palacio que en mi propia casa y la segunda mujer con la que se casó mi padre, no era precisamente objeto de mi devoción.

-¿Estás segura de que no se te olvida nada?- Preguntó mientras me ayudaba a subir al carruaje con cuidado de no tropezarme con el enorme faldón del vestido.

-Nada, puedes quedarte tranquila, he de irme ya, nos veremos al anochecer, como siempre- Sonreí a pesar de que su actitud se me hacía cada día más insoportable. Por suerte, mis palabras funcionaron y ella se limitó a retirarse un poco para dejar que el carro se pusiera en marcha con aquel traqueteo tan característico.

Suspiré apoyando cómodamente la espalda en el asiento, ligeramente ilusionada ante la expectativa de tener unos minutos de tranquilidad, aunque solo fuera el poco tiempo que duraba el trayecto desde mi casa a Palacio. Sin embargo, poco duraría esa tranquilidad, los silbatos y las voces de la guardia hicieron que me sobresaltara incorporándome un poco en el asiento para poder ver qué ocurría a través de la ventanilla del carro.

-¡Al ladrón!, ¡que no escape!- Varios hombres uniformados gritaban mientras corrían no muy lejos de mi posición aunque acercándose por momentos.

Desvié la vista en busca de aquel delincuente al que perseguían y cual fue mi sorpresa al comprobar que, o ya había escapado, cosa poco probable puesto que no oí a nadie correr cerca del carro, o los guardias se habían equivocado de calle ya que no distinguí fugitivo alguno. La guardia pasó de largo aún a la carrera hasta que sus gritos se convirtieron en un lejano eco.

-No os entretengáis por favor, no me gustaría llegar tarde- Conseguí despertar al cochero que con el jaleo casi había detenido la marcha y que, sin dudarlo volvió a azuzar a los caballos tras asentir a mis palabras con la cabeza un tanto arrepentido por su despiste.

Apenas tuve tiempo de acomodarme nuevamente en el asiento, un extraño golpe seco, proveniente de la parte trasera del carruaje hizo que volviera la vista una vez más hacia la calle, al parecer el cochero no se había dado cuenta pero yo pude ver perfectamente como un hombre rodaba varios pasos por el suelo para posteriormente incorporarse sacudiéndose la capa azul que lucía terciada, además de ésta, vestía también camisa ligeramente holgada y un pantalón a juego, ambas prendas de un color azul bastante oscuro. Me disponía a dar la alarma cuando aquel extraño alzó la vista hacia mí, enmudecí casi al instante cuando distinguí entre la sombra que proyectaba su sombrero de ala ancha unos profundos pero intensos ojos azules que se clavaron en los míos con cierto descaro. No pude apartar la vista, era como si en tan solo unos segundos todo a mi alrededor desapareciera y solo quedáramos aquel extraño y yo. Sabía que debía gritar, avisar a la guardia de que el ladrón que tanto buscaban estaba allí, frente a mis ojos, pero no pude. Él debió percatarse de ello puesto que con gracia y elegancia se deshizo del sombrero, dedicándome una educada reverencia acompañada por una pícara sonrisa dibujada en sus labios. Su cabello era castaño oscuro, rozando el negro, ligeramente largo y lo llevaba recogido en una coletilla que se movió ante su inclinación. Tras el educado gesto, se volvió con un golpe de capa y echó a andar sin prisa, bolsa en mano, donde probablemente escondía lo hurtado, hasta perderse entre las callejuelas de la ciudad.

Aquella tarde casi no pude dejar de pensar en lo sucedido, a pesar de que su majestad preguntó varias veces si algo me preocupaba yo me limité tan solo a sonreir y cambiar de tema, no podía decirle que había dejado escapar a un delincuente, ¿qué pensaría de mi?, lo que más me avergonzaba era que a pesar de ser consciente de que no hice lo correcto, en el fondo me sentía aliviada, no vería a aquel muchacho colgado de la horca aún sabiendo que se lo tenía merecido por robar sabe Dios el qué.

-No te olvides de venir antes el sábado, ya sabes que me gusta que me acompañes cuando salgo a montar a caballo- Aunque era algo poco habitual, su majestad me acompañó casi hasta las escalinatas que presidían la entrada a palacio, supongo que a pesar de mis intentos por ocultarlo, ella era consciente de que algo rondaba mi cabeza. Ya casi había caido la noche sobre Madrid y debía volver a casa.

-No os preocupeis majestad, no faltaré- Me incliné en una educada reverencia para despedirme, gesto al que ella contestó con un beso en mi frente.

-Con Dios María- Se despidió sonriente.

-Con Dios majestad- Le devolví la sonrisa a la vez que echaba a andar hacia el carro que esperaba fuera.
El cochero me ayudó a subir al carruaje y una vez en él, no tardó en tomar las riendas, avanzando hasta salir de los terrenos de palacio hasta que éste, lentamente fue quedando atrás. Me sentía tan cansada que apenas me preocupé de nada, esta vez si estaba dispuesta a disfrutar de esos instantes de tranquilidad que me brindaba el trayecto a casa.

Lentamente mis ojos esmeralda fueron entornándose, fruto del cansancio, aunque procuraba en todo momento no llegar a dormirme, tenía más o menos calculado el tiempo que solía tardar en volver y, extrañamente, ese día se me estaba haciendo interminable. Extrañada me incorporé levemente hasta poder mirar a través de la ventanilla, momento en el que me percaté de que el camino escogido por el cochero para llevarme a casa, no era el correcto, estábamos casi a las afueras de Madrid.
-Disculpad, cochero, os habeis equivocado de camino- Alcé un poco la voz para que el hombre pudiera oirme pero éste casi ni se inmutó.

-Manteneos quieta y callada- Fué la respuesta que obtuve, en ese momento me di cuenta de que aquel que guiaba el carro no era cochero ni nada parecido. Petrificada, en un principio no supe como reaccionar, aquella voz no me resultaba familiar y en los años que llevaba sirviendo a su majestad ya casi conocía a todos los cocheros que solían atender los encargos de mi familia o de la Reina.

-No se quién sois, o qué quereis, pero sino me llevais de vuelta, estareis en un gran aprieto- Mantuve la compostura, aunque en aquella situación lo más lógico habría sido perder los nervios, casi de forma inconsciente la templanza asomó en mis palabras.

El supuesto cochero no contestó, tan solo se limitó a mirar de reojo hacia atrás y aunque no pude distinguir su rostro a causa del sombrero y la penumbra del lugar, un escalofrío recorrió mi espalda, sabía que me observaba. Intenté abrir la portezuela pero aquel individuo se había preocupado de cerrarla desde fuera puesto que no logré que cediera. Consciente de que no tenía otra opción mas que aguardar hasta conocer las intenciones de aquel que ahora me retenía, preferí mantener la calma, sentada junto a la ventanilla, viendo como dejábamos atrás la ciudad en la que crecí, Madrid.

No podría decir el tiempo exacto que estuve en aquel carruaje sin saber a donde nos dirigíamos, pero mi espalda empezaba a sufrir los efectos de aquel incesante tranqueteo cuando por fin el carruaje se detuvo, momento en el que el nerviosismo volvió a mi al oír perfectamente como el supuesto cochero abandonaba su puesto para, segundos después, abrir la portezuela tendiéndome una enguantada mano en un educado gesto que me invitaba a descender del carruaje.

-Bajad por favor, no os haré daño- Aquella voz volvió a romper el incómodo silencio que se había creado ante mi reticencia a cojer su mano. En cuanto a mi, decidí no hacer caso a su propuesta, como respuesta tan solo me aparté aún más de la portezuela abierta, quedando lo más alejada posible de él.

-Bien, sino bajais vos, subiré yo- De forma totalmente imprevisible, aquel hombre subió al carruaje hasta quedar sentado a mi lado, a la vez que se quitaba el sombrero con cierto alivio. No pude reaccionar, la sangre casi se me había helado en las venas, reconocía perfectamente a aquel muchacho, aquellos ojos azules enmarcados en un rostro moreno, probablemente por la acción del astro rey se habían quedado grabados en mi mente desde que nuestras miradas se cruzaron esa misma tarde en una de las calles de Madrid, se trataba del descarado ladrón que al parecer había burlado finalmente a la guardia.

-Vos sois...- No pude acabar la frase, seguía tan impactada que ni siquiera logré apartar la vista de él.

- Capitán Aramis, para servirla- Sonrió con picardía mientras echaba hacia atrás algunos mechones que habían logrado escapar de la coletilla que mantenía recogido su cabello a la vez que volvía la vista hacia mi con total tranquilidad, clavó directamente sus ojos en los míos, atrevido gesto que me hizo apartar la vista de él, empezaba a creer que aquello era un castigo de Dios por no haber avisado a la guardia cuando debía.

-No se qué quereis de mi, pero no conseguireis nada. Probablemente ya estén buscándome y en cuanto nos encuentren vos acabareis en la horca. Llevadme de vuelta a Madrid- Aún me pregunto de dónde saqué el valor para hablar de aquel modo, jamás había estado en semejante situación y sin embargo, no sentía temor, más bien enfado por haber caido en una trampa tan simple.

-¿Debo tomarme eso como una amenaza?- Se inclinó hacia mi a pesar de que yo seguía sin mirarle, pude notar su cercanía. -No estais en posición de dar órdenes, ¿cual es vuestro nombre menina?.

-¿Por qué debería decir mi nombre a alguien que acaba de secuestrarme?- Con altivez volví el rostro hacia él siendo ahora yo la que le miraba directamente a los ojos con cierto desafío, mi enfado iba en aumento, maldecía mentalmente mi mala suerte, de haber tenido allí mis estoques la situación habría sido muy distinta o al menos eso creía.

-En ese caso os llamaré Menina, de nada me servirá vuestro nombre si haceis que acabe lanzandoos a los tiburones- Me sostuvo la mirada sin perder aquella pícara sonrisa a la vez que, con una rapidez asombrosa ató mis manos sin apretar demasiado. Forcejeé un poco pero solo conseguí que apretara aún más el nudo de un simple tirón, con el nerviosismo no pude percatarme de que escondía una cuerda bajo su capa.

-No importa lo que me ocurra a mi, acabarán por capturaros y el peso de la justicia caerá sobre vos- Sentencié de ese modo la conversación, al menos por mi parte, mientras escuchaba una risotada por parte de él.

-Eso lo veremos, de todas formas si os portais bien no os pasará nada. Iremos a Cádiz, así que espero que disfruteis del viaje- Volvió a calarse el sombrero negro de ala ancha a la vez que aseguraba bien la cuerda que ataba mis manos antes de descender del carruaje y volver a tomar las riendas para azuzar a los caballos, volvíamos a avanzar y esta vez, sería un cansado y largo trayecto. Morfeo no tardó en acojerme entre sus brazos, por lo que me quedé dormida recostada en el asiento del carro.