Capítulo V.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

            Recuerdo aquel día con especial cariño, llevábamos dos meses de travesía durante los cuales me había acostumbrado a la vida en el mar y su rutina, incluso entablé amistad con algunos hombres de la tripulación aparte del Capitán, con el cual entrenaba cada tarde y más de una vez protagonizaba discusiones tan absurdas o llamativas como la primera. Sin embargo, aunque no lo reconociera abiertamente, había logrado mi admiración, por mucho que discutiésemos, nunca me faltó nada, se empeñaba en que debía dormir en el camarote y él mismo se encargaba de llevarme la comida, gestos que, poco a poco fui valorando cada vez más hasta el punto de sentir que a veces, cuando no podíamos hablar o entrenar, los echaba en falta.

El sol empezaba a ocultarse tras la delgada línea del horizonte, el entrenamiento hacía rato que había llegado a su fin y cuando acabé de asearme en la bodega salí a cubierta peinándome tranquilamente. Los días eran algo más cálidos y más de una noche la tripulación organizaba fiestas o simplemente se dedicaban a beber y tocar música para animar un viaje tan largo. Jean terminó de fijar el timón justo cuando yo salía a cubierta.

-¿Tocará la guitarra para nosotros hoy señorita?- Sonrió, seguramente intuyendo la respuesta.

-Ya sabes que no me gusta tener público, disfrutaré de la música que toquéis vosotros, yo prefiero quedarme al margen- Le devolví la sonrisa, era un buen hombre y siempre aconsejaba bien al capitán.

Cuando por fin logré peinar mi larga melena rizada, tomé asiento en la proa del barco, como acostumbraba a hacer, de momento no tenía la guitarra conmigo, pero sabía que no tardarían en emborracharse y entonces podría hacerme con ella, de Aramis tampoco sabía nada, seguramente andaba ocupado con alguna cosa por lo que de momento, reinaba una gran tranquilidad.

-¡María!- La voz del capitán llamó mi atención de pronto, por lo que no tardé en incorporarme buscándole con la mirada hasta que por fin hizo acto de presencia en cubierta, mejor vestido que otras veces o al menos eso me pareció. -¿No se supone que deberías esperarme en el camarote?, he ido a llevarte la cena y como siempre, no había nadie- Resopló algo molesto, realmente aquello para mí era pura rutina, reí levemente mientras miraba de reojo a Jean que al parecer aguantaba también una risotada.

-Ya voy, tan solo quería tomar un poco el aire, no seáis tan exagerado- Eché a andar hacia donde se encontraba el capitán cruzado de brazos observándome un tanto severo, como un padre que observa a una hija tras una travesura.

-Es que siempre me haces lo mismo María y ya sabes que es por tu comodidad- A pesar de sus palabras, el tono era más bien tranquilo, resignado mientras me seguía hasta la entrada del camarote. -Vendré en un rato a recoger la bandeja, me voy a cenar con los demás- Me dedicó una sonrisa antes de cerrar la puerta y suspiré quedándome sola en el camarote.

Siempre ocurría lo mismo, por muy bien que me tratara, me mantenía al margen de la tripulación y cuando lo pensaba detenidamente tenía cierta lógica, lo que no evitaba que en ocasiones me sintiera bastante sola, seguía siendo una rehén para ellos, aunque Aramis no me tratara como tal. Di buena cuenta de la comida, el entrenamiento diario me había devuelto el apetito y sin esperar que el capitán fuera a buscar la bandeja, me decidí yo misma a llevarla hacia la pequeña cocina que había junto a la bodega. De camino pude escuchar perfectamente las voces de todos aquellos hombres que cenaban en el mismo sitio en el que dormían, seguramente Jean y Aramis estuvieran entre ellos, pero no quería molestarles por lo que, tras haber cumplido mi pequeño cometido, volví silenciosa hacia la cubierta, donde tomé asiento cerca de la proa, disfrutando del hermoso atardecer que me brindaba alta mar. La brisa marina mecía mis bucles y acariciaba mi rostro, era una sensación inigualable y que seguramente extrañaría el día que volviese a Madrid, porque ese había sido el trato, después de la larga travesía hasta Estambul, me dejaría volver a Madrid. No mentiré al decir, que en esos instantes, la sola idea de volver me angustiaba, como si fuese un preso que acariciaba la libertad con la llema de los dedos a sabiendas de que éstos volverían a acariciar los barrotes de su lujosa prisión.

La noche ya había caído cuando la tripulación volvió a cubierta, las risas y comentarios de aquellos hombres apenas me sacaron del ensimismamiento en el que estaba sumida, además, seguramente ya más de uno estaría borracho, porque si algo había aprendido en aquellos dos meses, es que el ron nunca faltaba a bordo y que cualquier excusa era buena para celebrar una de aquellas decadentes juergas. Me extrañó no oír al capitán quejarse, a esas horas ya se habría percatado de que el camarote volvía a estar vacío. Dirigí mi mirada hacia donde se encontraban Kurt y Larry, la única guitarra a bordo era del segundo, por lo que ni corta ni perezosa, al ver que no le echaban demasiada cuenta, cogí el instrumento y volví a sentarme donde antes para estar más tranquila. Mi destreza con la guitarra había mejorado gracias a que noche tras noche me evadía gracias a la música, incluso había llegado a componer más de una melodía.

A medida que el tiempo iba pasando, el silencio fue apoderándose del barco, muchos ya se habían ido a dormir y otros directamente se habían dormido en la cubierta a causa de la borrachera. En cualquier caso me pareció una noche preciosa, la luna, totalmente llena nos saludaba desde lo alto y las estrellas eran perfectamente visibles dado que la única luz la brindaba Selene desde su plenitud. Seguía absorta en el suave punteo de la guitarra cuando al alzar la vista encontré sentado junto a mí al capitán que parecía escuchar con deleite la música mientras miraba al horizonte, llevaba el cabello ligeramente recogido e iba totalmente vestido de negro, una de sus manos descansaba sobre una de sus rodillas la cual tenía flexionada para más comodidad. Dudé, no sabía si seguir tocando o no, me daba vergüenza que alguien me escuchara pero su semblante tan solo logró inspirarme, por lo que seguí tocando hasta que la melodía fue muriendo, escapándose entre mis dedos lentamente dando paso a un extraño y bello silencio tan solo roto por el sonido de las olas. Cerré los ojos tan calmada, que por primera vez, sentí que aquel era mi lugar.

-Eres muy buena- El aplauso del capitán hizo que entreabriera los ojos ligeramente ruborizada, sin atreverme a alzar la vista. Podía sentir que él sin embargo, me miraba fijamente, lo que hizo que mi nerviosismo aumentase hasta el punto de que sentía arder mis ruborizadas mejillas.

-Gracias- murmuré posando la guitarra en mi regazo aún sin mirarle. -¿Cómo es que no estáis con los demás?- fue lo primero que se me ocurrió preguntar, seguramente no fuese lo más adecuado pero el nerviosismo no era buen consejero.

-Bueno, no siempre apetece estar de juerga y emborracharse hasta perder el sentido, ¿no crees?- Volvió a desviar su azul mirada hacia el horizonte, en realidad nunca le había visto emborracharse del modo que acababa de describir, es más, solía verle beber vino, no ron.

-No hace falta beber para disfrutar de la compañía de los demás- Me atreví a alzar la vista hacia él, en ese instante me percaté de que estaba demasiado serio, estaba tan acostumbrada a verle con una actitud confiada y pícara que aquello me inquietó más aún si cabía. Sonrió levemente volviendo la vista hacia mí, instante en el que yo desvié la mía.

-Estoy aquí porque hay algo que no puedo guardarme más y necesito hacértelo saber- Murmuró, pude notar entonces el cálido tacto de una de sus manos en mi mejilla, descendiendo en una suave caricia hasta tomarme del mentón haciendo que le mirara a los ojos, aquel contacto me hizo estremecer, incluso podría afirmar que estaba temblando en esos instantes, se encontraba a escasa distancia y en sus ojos pude ver un brillo diferente, un atisbo de nerviosismo equiparable al que yo sentía en esos momentos, no fui capaz de apartar la vista, definitivamente, aquellos ojos, eran mi perdición.

-Te quiero María- No tuve tiempo de reaccionar, ni siquiera de pensar, cuando pude darme cuenta los labios del capitán ya se habían posado sobre los míos en un suave y tierno beso, mi primer beso, del cual solo la luna fue testigo y las estrellas su confidente. Cerré los ojos instintivamente correspondiéndole mientras notaba sus manos suavemente posadas en mis mejillas, ahora todo tenía sentido, le amaba, le amaba desde aquel instante en Madrid en el que nuestras miradas se cruzaron por primera vez y yo no pude gritar para dar la alarma. Ahora sabía que si en algún momento había estado presa, aquellos ojos azules, en aquel instante, habían logrado hacerme libre. Una libertad que ahora, no estaba dispuesta a perder.

-¡Tierra a la vista!- El grito del vigía hizo que ambos nos separásemos ligeramente, pude leer la felicidad en los ojos del capitán.

-Tengo que ir- Susurró pegando su frente contra a la mía sin apartar la vista de mis ojos.

Asentí sabiendo que como capitán debía dar las órdenes oportunas, él me contestó con un corto beso en los labios y se levantó de un salto empezando a dar órdenes con renovados ánimos a la tripulación que aún dormía. Me llevé la mano a los labios como si realmente no creyera lo que acababa de ocurrir, todavía podía notar la calidez de sus manos sobre mi rostro y le seguí incluso con la mirada unos segundos con el temor de que todo aquello tan solo hubiese sido un efímero sueño del que no quería despertar. Finalmente sonreí a sabiendas de que aquello era real, una dulce y hermosa realidad. Me calé un poco más el sombrero de ala ancha antes de tomar nuevamente entre mis manos la guitarra, esa noche arranqué de aquellas viejas cuerdas una nueva melodía, una nueva canción, nuestra canción.