Capítulo III

domingo, 11 de abril de 2010

     Poco después, el caos se apoderaba del puerto, no tardé en oír el revuelo que formó el Capitán Aramis junto a su tripulación, el sonido de los estoques al entrechocarse, ya bien conocido por mí se unió al alboroto de las voces de alarma cuando los piratas se lanzaron a la lucha por recuperar el barco que la marina había tomado y en el que ondeaba claramente la bandera pirata. Mi juicio vaciló por primera vez desde que fuera raptada en Madrid, volvía a dudar sobre si quería ver a Aramis y a toda su tripulación colgados en la horca, me atemorizaba tener que presenciar semejante escena pero a la vez, sabía que seguramente todos aquellos hombres no merecían otro fin, eran piratas, ladrones y asesinos que hacían lo que querían cuando querían sin atender a ley alguna más que la de sus propios deseos.

Miré a Kurt y a Larry como esperando alguna reacción por parte de éstos pero al parecer no estaban preocupados, es más, podía leer en sus ojos que no temían por sus compañeros y tras unos minutos, que se me hicieron eternos, me amordazaron para que no pudiera gritar haciendo que bajara de la caravana a pesar de mis inútiles forcejeos.

-No te servirá de nada resistirte preciosa- Murmuró uno de ellos jugueteando con uno de mis bucles, gesto que me hizo apartar la cabeza con brusquedad.

Me llevaron hasta una pequeña cala, donde habían varios botes volcados, aún a esa distancia podía oír el griterío y algún que otro disparo. Sin reparos, Larry arrastró un bote hasta la orilla y Kurt me hizo subir en él, sin embargo, mis ojos seguían buscando algún indicio de la victoria o derrota de Aramis mientras los dos piratas remaban para hacer que el bote avanzara hacia alta mar seguros de que volverían a su barco.

El tiempo en el bote se me hizo eterno, aunque finalmente pude ver como el barco que lucía la bandera pirata abandonaba puerto, si alguna vez creí que mi padre exageraba cuando hablaba mal del trabajo de sus subordinados, ahora sabía que tenía toda la razón, unos cuantos piratas habían vencido a la marina española y en menos de lo que canta un gallo habían recuperado su barco. Me frustró tanto el hecho de saber que iba a seguir prisionera que, usando mis últimas fuerzas, golpeé con una patada a Kurt, el cual estuvo a punto de caer del bote que se balanceaba peligrosamente amenazando con volcar.

-¡Maldita zorra!, ¡¿quieres estarte quieta?!- Larry sujetó mis piernas para que dejara de patalear y aunque no podía hablar a causa de la mordaza seguí intentando luchar sin éxito alguno puesto que apenas tenía fuerzas para nada tras el largo viaje en carruaje y la ausencia de alimento.

Tal y como el capitán les había ordenado, Kurt y Larry me subieron a bordo del barco, el segundo me llevaba al hombro con bastante facilidad a lo que simplemente pataleé molesta. Ya en cubierta me dejó caer con brusquedad contra el suelo de madera, me faltó la respiración por unos segundos.

-¡Eh!, ¿qué manera es esa de tratar a una dama Larry?- Aramis se había acercado rápidamente, pude ver que estaba intacto, ni siquiera sus ropas parecían rotas tras la contienda, se inclinó y me incorporó con cuidado a pesar de que seguía mareada por el golpe.

-Lo siento Capitán, pero esa maldita mujer casi nos tira del bote- Contestó malhumorado mientras Kurt terminaba de subir al barco. Pude percatarme de que Aramis aguantaba una risotada.

-Bueno, pero no lo consiguió, deberíais estar celebrando nuestra victoria, ¡¿no es así muchachos?!- Todos contestaron a la pregunta con un rotundo "sí" al unísono mientras reían divertidos dispuestos a celebrar una victoria que para mí suponía más bien lo contrario.

Aramis aprovechó ese momento de alegría y jolgorio para tirar de mi brazo y hacer así que andase, guiándome hacia las escaleras que descendían a uno de los pisos inferiores del barco, me llevó a través de un largo pasillo y pude notar el vaivén con más claridad aunque el oleaje no era excesivo. De pronto se detuvo frente a la puerta de lo que parecía ser un camarote, sin prisa alguna, se situó detrás de mí y desató la mordaza que me mantenía callada para posteriormente abrir la puerta y hacerme pasar, se trataba de su propio camarote, cosa que no me tranquilizó. Rápidamente me giré con la esperanza de salir de allí, temerosa de las intenciones que pudiera tener aunque él posó las manos sobre mis hombros e hizo que me sentara en el camastro.

-Tranquila, ya os lo dije, no pienso haceros daño a menos que me deis motivos para ello- Sonrió con tranquilidad y se deshizo del sombrero a la vez que se inclinaba para desatar mis manos también, seguramente no le preocupaba que pudiera escapar, ¿cómo iba a volver a tierra?, ¿nadando?, seguramente ya estábamos a demasiada distancia de la costa como para hacer algo así, no tenía escapatoria posible a excepción de la muerte.

Me miró unos instantes antes de girarse y salir del camarote cerrando tras de sí con llave, hecho que me hizo descartar la idea de intentar salir de allí. Observé la estancia, a pesar de ser el camarote de un capitán no había excesivos lujos, un escritorio con varios mapas y una vela ya casi consumida, un armario, la cama en la que estaba sentada y amplios ventanales desde los que podía ver como el puerto de Cádiz ya solo era una mota en el horizonte.

De pronto, una idea se formó en mi cabeza, casi como un resorte me levanté de la cama y empecé a rebuscar por todo el camarote, a lo mejor guardaba algún arma allí, si así era quizá pudiera tener alguna oportunidad de defenderme en caso de que intentara algo y aunque me costó, finalmente encontré una daga bajo la almohada, algo propio de alguien como él que seguramente tenía más de un enemigo. Rasgué las sábanas por un extremo improvisando una tira de tela con la cual sujeté la daga a mi muslo derecho bajo la larga falda y tras lo cual dejé todo tal y como estaba para no levantar sospechas quedándome sentada en la cama como al principio. Mi intuición no me traicionó, el sonido de la llave y la sombra de él tras el opaco cristal que adornaba la puerta hicieron que volviera la vista hacia ésta, viendo como entraba en el camarote con una bandeja de comida.

-Puesto que durante el viaje no quisisteis comer, os he traido algo, seguramente esteis hambrienta- Tomó asiento a mi lado, acercándome la bandeja.

-No pienso comer- Mi respuesta fue tajante, tenía razón al decir que estaba hambrienta pero no quería aceptar nada de aquel que me había arrebatado la libertad, aunque tiempo después supe que más bien había abierto la jaula en la que me encontraba antes de que él se cruzara en mi camino. Suspiró ante mi negativa y dejó la bandeja a un lado.

-Creo que hemos empezado con mal pie- Se levantó y se deshizo de la levita, la cual colgó de la silla que había junto al escritorio, algunos mechones habían escapado de la coletilla que recogía su cabello, fue en esos momentos cuando me di cuenta de que estaba agotado o eso al menos mostraba su semblante. Se frotó la nuca y volvió a mirarme, esta vez, acuclillado ante mí. -Hagamos un trato, si dejais que sea vuestro amigo, cuando volvamos de Estambul, os llevaré de vuelta a Madrid sana y salva- Aquellas palabras me sorprendieron realmente y por un momento desconfié, creyendo que se trataba de una nueva burla.

-¿A Estambul?, ¿qué vais a hacer allí?- Decidí averiguar algo más antes de tomar decisión alguna y mi pregunta hizo que él sonriera nuevamente, esta vez con picardía.

Se incorporó y caminó hacia donde había dejado anteriormente la levita, buscando algo dentro de ésta, para mi sorpresa aún guardaba la bolsa con la que le vi escapar en Madrid pero esta vez pude ver lo que contenía. Aramis sostenía ante mis ojos un hermoso collar de oro con multitud de piedras preciosas engarzadas en éste, cada una de un color diferente, mis ojos se abrieron de par en par al reconocer la joya.
-Eso es...- Hice una pausa antes de poder terminar la frase, aunque no hizo falta.

-Un collar de la Reina- Sentenció a la vez que tomaba asiento a mi lado en la cama colocándome la joya al cuello. -A vos os sienta mejor.

-Quitadmelo, no es mío- Reaccioné al fin, jamás habría imaginado que aquel muchacho hubiese robado algo tan importante, ahora entendía el afán de los alguaciles por atrapar al osado ladrón. -Estais loco- Sentencié.
-Puede que esté loco, pero gracias a esto podremos vivir tranquilos una temporada tanto mi tripulación como yo- Rió levemente mientras volvía a guardar el collar.

-Y vais a Estambul para venderlo- Le seguí con la mirada mientras dejaba la bolsa con la joya nuevamente en su levita.

-Sois inteligente Menina, en cualquier caso, no habeis dado respuesta a mi propuesta. ¿Amigos?- Tendió la mano hacia mí con intención de cerrar el trato.

-¿Puedo confiar en vuestra palabra?- Le miré directamente a los ojos, buscando la burla o la mentira en ellos, pero por extraño que pareciese no encontré ni una cosa ni la otra.

-No me ofendais, soy pirata pero también soy un hombre, si os doy mi palabra, la cumpliré- Sostuvo mi mirada con decisión y opté por estrechar su mano, al fin y al cabo no tenía otra elección, al menos, tarde o temprano volvería a Madrid. -Bien, en ese caso, ¿me direis ahora vuestro nombre?- Murmuró tras haber besado el dorso de mi mano con elegancia.

-Está bien, de todas formas odio que me llameis Menina- Suspiré mientras apartaba la mano de él sin brusquedad aunque evitando mirarle a los ojos, aquel gesto me hizo sentir cierta vergüenza. -Me llamo María De la Rosa- Pude ver claramente como su semblante cambiaba en apenas unos segundos mientras volvía a acercarme la bandeja de comida, seguramente conocía mi apellido, error por mi parte haberlo mencionado aunque fuera de forma inconsciente.

-¿De La Rosa decís?- Preguntó retóricamente mientras acariciaba su mentón. -Bueno María, tengo algunas cosas que hacer, así que disfrutad de la comida, volveré más tarde para ver si necesitais algo- Apenas me dió tiempo a reaccionar, mientras pronunciaba estas últimas palabras se dirigió hacia la salida del camarote volviendo a dejarme encerrada.

Resoplé, me molestaba demasiado su actitud y más aún el hecho de que me había dejado encerrada cual pajarillo, ¿qué se había creido?, ¿que era su mascota? Aparté de un manotazo algunos bucles que caían sobre mi frente algo furiosa, pero tan pronto como vino el enfado, éste se fue en cuanto el olor de la comida hizo que mi estómago se quejara, llevaba casi un día completo sin comer y esta vez ni siquiera el mal humor impidió que comiera con bastante apetito.

Poco hice durante aquel día, no volví a saber nada de Aramis hasta que el sol empezaba a ocultarse en el horizonte, y fue justo cuando los pasos del capitán hicieron que me incorporara, había aprovechado el tiempo a solas para descansar en el camastro. La puerta no tardó en abrirse, un agotado Aramis entró en el camarote observándome unos segundos en silencio.

-¿Habeis descansado?- No preguntó si había comido, creo que era más que evidente la respuesta puesto que la bandeja vacía descansaba sobre el escritorio.

-Si- Contesté de forma escueta aunque mi tono ya no mostraba el mismo enfado de antes.
-Me alegro- Sonrió tenuemente y avanzó hacia el escritorio para tomar entre sus manos la bandeja, seguramente con intención de llevársela.

-¿No me dejareis salir de aquí durante todo el viaje?- Pregunté algo incómoda ante la sola idea de estar encerrada tanto tiempo.

-Primero debo asegurarme de que no intentais tontería alguna, además, un barco lleno de hombres no es lugar seguro para una señorita- Contestó desde la puerta justo antes de volver a salir, dejándome con la palabra en la boca y de nuevo enfadada. Si creía que iba a poder tenerme allí encerrada todo el viaje estaba muy equivocado, no pensaba darme por vencida tan fácilmente.

Aunque le oí regresar, para mi sorpresa no entró en el camarote, pude distinguir tras el opaco cristal de la puerta, su silueta tomando asiento en una silla como si de un guardia custodiando a un preso se tratara. Sin pensármelo dos veces, di varios toquecitos contra el cristal intentando llamar su atención, me pareció oír que chasqueaba la lengua molesto pero seguí aguardando a que abriera, cosa que no tardó en hacer.
-¿Qué quereis?- Preguntó intentando no parecer brusco aunque dado su estado de cansancio era más que lógico reaccionar de esa manera.

-Necesito ir al cuarto de baño- Le miré altiva, cruzándome de brazos con seriedad. Al oír mi petición realmente noté que no sabía qué hacer, se frotó la nuca algo incómodo y entró en el camarote acuclillándose poco después junto a la cama, seguramente con intención de sacar algo bajo ésta.

Sonreí, no se había preocupado de cerrar la puerta con llave tal y como yo había previsto, por lo que sin preocuparme de saber qué había ido a hacer, salí corriendo del camarote ascendiendo poco después por las escaleras hacia la cubierta, lo que allí encontré me impactó, sigo buscando una explicación coherente al hecho de que, al paso, me salió el propio Aramis justo cuando me disponía a subir al puente de mando, ¿cómo había conseguido llegar antes que yo a la cubierta si estaba completamente segura de que se había quedado rezagado en el camarote?, apenas tuve tiempo para buscar lógica alguna.

-¿Os parece bonito?, yo tratando de ser amable y vos engañándome. De aquí no podreis escapar, ¿o acaso quereis ser pasto de los tiburones?- Sonrió levemente a pesar de su cansancio, observándome desde su elevada posición ya que yo no había ascendido aún por la escalerilla que llevaba al puente de mando.

-¿Y a vos os parece normal tenerme todo el día encerrada en vuestro camarote?- Subí la pierna derecha a un barril cercano, recogiéndome la falda lo suficiente para tomar la daga que había atado esa misma mañana a mi muslo derecho. Aunque en esos momentos me guiaba el instinto, no puedo negar que cuando recuerdo ese instante, siento verdadera vergüenza, había mostrado casi toda la pierna y al parecer Aramis no había quedado indiferente puesto que cuando me planté con la daga en la diestra pude percatarme de que me observaba con demasiada atención.

-¿Qué vais a hacer con eso?- Sonrió divertido al ver que estaba dispuesta a defenderme con una simple daga. -No seais cabezota y ahorradme el trabajo de tener que obligaros a volver al camarote- Bajó varios peldaños de la escalerilla a los pies de la cual me encontraba.

-No estoy dispuesta a que volvais a encerrarme, si quereis que vuelva al camarote, tendreis que obligarme- Le miré con seriedad, desafiante, si creía que iba en broma estaba muy equivocado, seguí con la daga preparada, a lo que él no tardó en desenvainar su estoque.

-Sopesad la situación, con un arma tan pequeña apenas teneis oportunidad, eso contando con que sepais algo de esgrima- Al parecer estaba demasiado seguro de su victoria, ni siquiera parecía tenso o alerta mientras seguía acercándose a mi.

No contesté, preferí que la daga hablara por mi, en apenas unos segundos mi postura cambió para poder atacar con comodidad, sin dejar huecos, con una simple y limpia estocada. Él reaccionó a tiempo, bloqueando el arma con el filo del estoque, yo ya intuía que un ataque tan sencillo no serviría de mucho teniendo en cuenta que él era un pirata seguramente curtido en más de una batalla y que, además, no pelearía de forma limpia. Adelantó un pie acortando aún más la distancia entre ambos, mirándome directamente a los ojos, presionando con el estoque la daga para ganar terreno aunque aguanté durante unos segundos, tras los cuales, con un giro de muñeca intenté desarmarle aprovechando la fuerza que él ejercía, no lo conseguí, pero la expresión en su rostro cambió.

-No está nada mal, veo que os subestimé, aunque me parece extraño que una dama como vos sepa empuñar un arma en vez de temerla. ¿Puedo preguntar quién ha sido vuestro maestro?- Enarcó una ceja volviendo a escudriñarme con la mirada.

-Eso a vos no os importa- Contesté mientras volvía a atacar, esta vez con una finta, que no sirvió de mucho, era ya diestro en el engaño y la esquivó facilmente ladeando el cuerpo antes de acortar distancias por segunda vez.

-Bueno, en cualquier caso, aún os falta mucho por aprender, María- Se daba el lujo de tutearme mientras "toreaba" con cierto estilo cada uno de mis ataques. -Yo podría enseñaros si me dejarais- Una vez dicho esto y teniendo en cuenta que la distancia entre ambos era mínima, me ató a él con uno de los cabos que había cogido durante el duelo sin que yo me hubiese percatado de ello, estaba más atenta a su estoque que a lo que pudiera haber a mi alrededor.

-Para empezar, deberíais calmaros un poco- Para mi sorpresa y como siempre, de la forma menos previsible, me sujetó firmemente contra él y se tiró por la borda. El agua estaba helada y cuando pude cojer aire de nuevo él se reía divertido. -Así se os bajarán los humos- Tan molesta estaba por su acto que en vez de calmarme aquellos solo consiguió enfadarme aún más.

-¡Estais completamente loco!, ¡desatadme ahora mismo!- Intenté sin éxito zafarme, al frío se sumaba el hecho de que Aramis estaba demasiado cerca para mi gusto y no estaba dispuesta a seguir soportando tal atrevimiento.

-¿Voy a tener que estar mucho rato en estas frías aguas para que se os pase el mal humor?, os advierto que tengo mucha paciencia- Volvía a mirarme directamente a los ojos, detalle que me hizo recapacitar puesto que no leí mentira en su mirada, por muy enfadada que estuviese, sentía como el frío se clavaba en mi cuerpo como si de agujas se tratara por lo que no tardé en dejar de quejarme, eso si, aparté la mirada de él incómoda, con el cabello empapado pegado al rostro de forma un tanto molesta.

No tardaron en tirar un nuevo cabo, esta vez para poder sacarnos del agua, o más bien rescatar al capitán puesto que dudo mucho que aquellos piratas tuvieran consideración alguna por mí. Aramis me sujetó firmemente para que no volviera a caer al agua y poco después ya estabamos de vuelta en cubierta, esta vez, empapados.

-Llevadla a mi camarote- Ordenó tras desatarme, momento en el que dos de los piratas me sujetaron con intención de llevar a cabo el mandato, mientras Aramis se adelantaba descendiendo por las escaleras.
Lo que el capitán y su tripulación no habían notado, era que yo aún sostenía la daga en la diestra a pesar de haber caido al agua, no estaba dispuesta a resignarme por lo que con el mango del arma blanca golpeé a uno de aquellos que me habían sujetado, mientras que al otro, casi al mismo tiempo le apartaba de un empujón. En apenas unos segundos tenía a casi seis hombres rodeándome, ni siquiera sé como conseguí tal proeza pero aunque dos de ellos me ofrecieron cierta resistencia, los cuatro restantes, probablemente algo ebrios, acabaron inconscientes antes de lo que pensaba, no di muerte a ninguno, pude incluso hacerme con dos estoques y cuando el último cayó al suelo, las palmadas del capitán a modo de aplauso me hicieron volver la vista hacia él.

-¡Bravo!, ¿y ahora qué hareis?, estais helada y empapada- rió mirándome desde las escaleras justo antes de girarse y volver a avanzar hacia su camarote.

Aunque sabía que no iba a poder escapar, aquella pequeña contienda hizo que me relajara, un desahogo después de tamaño enfado y creo que él fue consciente de ello. Opté por bajar hacia el camarote, enganchando ambos estoques a mi cadera gracias al pañuelo que tenía atado a ella, me apoyé en el marco de la puerta pudiendo ver ahora como Aramis estaba frente al armario, probablemente escogiendo ropa para cambiarse puesto que, al igual que yo, seguía empapado.

-¿Sabeis que si os derrotara ahora mismo, podría hacerme con vuestro barco?- Sonreí, en cierto modo la situación me divertía, incluso había hecho que me olvidado del frío.

-¿Y creeis que esos rufianes os aceptarán como capitana?- Rompió a reír mirándome de reojo desde su posición. -¿Qué me aconsejais?- Cambió de tema repentinamente, haciéndome un gesto para que mirara la ropa que había en el armario.

-No se...- Me acerqué para poder mirar mejor las prendas y tras unos minutos sopesando las opciones, acabé señalando una camisa azul, un pantalón negro y un pañuelo para el cabello de ese mismo color. -Teniendo en cuenta que no necesitais ir de gala, creo que es lo más adecuado- él sonrió observándome unos segundos antes de cojer dichas prendas.

-Teneis buen gusto, pero me temo que tendré que dejaros algo de ropa y sobra decir que no poseo prendas femeninas, tendreis que esperar a que se os seque esa para poder vestiros como una dama de nuevo- rebuscó un poco más en el armario y sacó una camisa blanca y un pantalón marrón para posteriormente ponerlo sobre la cama. -Tendreis que ajustároslo un poco, pero servirá al menos hasta que se seque la vuestra, yo voy a cambiarme a otro sitio, vos quedaos aquí- Echó a andar mientras yo le observaba callada y salió del camarote cerrando tras de sí, como no, con llave. Negué con la cabeza al ver que todo aquello no había servido de mucho pero al menos me pareció que ya no había tanta tensión entre ambos, aunque dudo que él hubiese estado tenso en algún momento y si lo estuvo, no lo demostró.

Tras haberme cambiado de ropa y habiendo colocado las prendas mojadas junto a una de las ventanas para que se secaran, pude oír como los pasos de Aramis volvían a acercarse al camarote, pero como anteriormente, no entró, sino que volvió a sentarse en la silla junto a la puerta. Era cierto que me había secuestrado, que ahora mismo estaba lejos de todo cuanto había conocido por su culpa, pero sin saber muy bien por qué, sentí cierta lástima, le estaba quitando el camarote y probablemente él llevaba casi dos días sin pegar ojo, teoría que corroboré en cuanto miré a través del opaco cristal y distinguí su silueta escuchando a la vez una pausada y lenta respiración, propia de alguien que está dormido.

Miré a mi alrededor, buscando algo con lo que poder abrir la dichosa puerta, la verdad es que no tuve otra opción que la de envolver mi mano con un trozo de las sábanas y romper el cristal, el trapo además de protegerme del golpe, había conseguido que el ruido no fuera excesivo y teniendo en cuenta el cansancio del capitán, éste ni siquiera se movió. Sonreí para mí misma al notar que, efectivamente, la llave estaba en la cerradura por lo que no tardé en abrir la puerta con todo el sigilo posible. Ahora venía lo más difícil, no tenía tanta fuerza como para cargar con él, por lo que, de forma muy lenta sujeté la silla por el respaldo haciendo que ésta se inclinara para acabar equilibrada sobre las dos patas traseras, mi intención no era otra que la de arrastrar despacio el asiento y hacer entrar a Aramis en el camarote.

Me llevó un buen rato recorrer la distancia desde la entrada al camastro, pero con mucha paciencia logré situar la silla junto al lecho en el cual dejé caer al capitán, de la forma más sutil posible dadas las circunstancias. Aquellos segundos se me hicieron eternos ya que por un instante creí que se despertaría, pero él tan solo se quejó un poco buscando una mejor posición en la que dormir, suerte que la almohada logró hacerle sentir cómodo, ya que rodeó ésta con un brazo y siguió profundamente dormido.

Lo había logrado, la puerta estaba abierta y el capitán en su camarote, no quería deberle nada y en cierto modo el hecho de desobedecerle y salir de allí hacía que me sintiera satisfecha, como una niña cuando lleva a cabo una osada travesura. Cojí el sombrero de ala ancha que descansaba en el escritorio y salí del camarote rumbo a la cubierta, al parecer ya casi toda la tripulación estaba descansando, a excepción de algún que otro borracho que seguía a la intemperie. De pronto, algo llamó mi atención junto a la escalerilla que ascendía al puente de mando, descansando al lado de uno de aquellos piratas ebrios yacía una guitarra española, no pude sobreponerme a la tentación de cogerla antes de subir al puente de mando y acomodarme en la popa del barco, sentada sobre el frío suelo de madera. Me acurruqué un poco, calándome el sombrero y simplemente dejé que la música, arrancada de las cuerdas de aquella guitarra, apaciguara mi alma.