Capítulo II

jueves, 4 de marzo de 2010

     No podría decir con certeza el tiempo que estuve en aquel carruaje, supongo que dormí varias horas puesto que, cuando volví a abrir los ojos, Aramis se acababa de sentar a mi lado y se disponía a despertarme. En su regazo pude distinguir un plato con jamón y pan, además, él sostenía en la diestra una copa de vino tinto, de la que estaba dando buena cuenta.

-¿Habeis dormido bien Menina?- Sonrió de forma un tanto burlona sabiendo que seguramente yo seguía incómoda y molesta, o al menos eso demostraba mi silencio. -Supongo que tendreis hambre- Sin más, cojió algo de jamón con intención de acercármelo para que comiera, gesto al que contesté apartando el rostro hacia un lado, no pensaba aceptar comida de alguien como él, seguía enfadada a pesar de que en cierto modo los nervios habían desaparecido.

No insistió, pausadamente y casi con socarronería disfrutó de la comida delante de mis narices aún cuando yo seguía sin mirarle directamente. Me dolía horrores la espalda y tenía la sensación de que el tiempo que estuve durmiendo solo había conseguido acentuar mi agotamiento, además, aunque me pesara reconocerlo, hacía muchas horas que no probaba bocado y mi estómago se quejó más de una vez, sonido al que él respondía con aparente indiferencia, como si esperara verme suplicar, cosa que, por supuesto, no estaba dispuesta a hacer.

-Tarde o temprano tendreis que comer- Dejó a un lado el plato de jamón aún cuando quedaba la mitad y, para mi sorpresa, desató mis manos con tranquilidad. -Ya os lo he dicho, si os portais bien, no tendré motivos para haceros daño.

La primera reacción por mi parte fue la de frotarme las muñecas, ligeramente entumecidas a causa del tiempo que habían estado atadas, no entendía la actitud de aquel joven y aunque sentí cierto alivio tras su último comentario, mi orgullo seguía impidiendo que cojiera comida alguna.

-No tardaremos demasiado en llegar a Sevilla- Sin esperar respuesta, Aramis descendió del carruaje para volver al asiento del cochero, dejando a mi lado el plato con el jamón y el pan que aún quedaban y, por supuesto, habiendo asegurado bien la portezuela para que no tuviera opción alguna si intentaba escapar.

No hubo mentira en sus palabras, tal y como dijo, no tardamos mucho en adentrarnos en la sevillana urbe, a juzgar por la inquietante tranquilidad de sus calles pude intuir que era bien entrada la madrugada aunque mi concepción del tiempo no era la más adecuada, al menos el traqueteo del carruaje era menor, hecho que supuso un respiro para mi dolorida espalda. El plato de comida seguía a mi lado, más de una vez estuve tentada a comer pero pronto la idea se desvaneció, en cierto modo pensaba que si comía estaría haciendo lo que aquel rufián quería por lo que acabé centrándome en la ventanilla.

Ya había estado en aquella ciudad más de una vez, sobretodo en Semana Santa, solía ir con mi familia a las procesiones y misas aunque el verdadero fin de aquello no era ni mucho menos religioso, más bien un alarde de altanería y egocentrismo para ver quién gozaba de mayor prestigio o poder entre las familias nobles. Recuerdo como mi madre no hacía más que contar año tras año como la Reina le había dado su favor y que incluso su única hija era menina de ésta, claro que, aquella historia iba cambiando de un año a otro, por no decir que la había modificado completamente para parecer más importante aún de lo que ya era. Mi padre, sin embargo, era más discreto, no solía alardear demasiado puesto que tampoco le hacía excesiva falta, todo el mundo sabía que su cargo era de los más importantes dentro de la marina española, incluso capitaneaba uno de los mejores barcos que la nación poseía. Curioso que teniendo un padre con semejante oficio ahora me encontrase retenida por un vulgar pirata, por muy capitán que dijese ser.

El carruaje se detuvo inesperadamente, sacándome con cierta brusquedad de mis recuerdos, en un acto reflejo volví la vista hacia la ventanilla, no muy lejos pude escuchar voces e incluso música, apenas tuve tiempo de indagar más puesto que el sonido de la portezuela al abrirse llamó mi atención. No tuve tiempo para reaccionar, Aramis ya estaba casi a mi lado pero para mi sorpresa no tomó asiento, ni siquiera hizo caso al plato de comida que seguía intacto, tomó mi mano con cierta delicadeza.

-Venid, acompañadme- Tiró sin brusquedad con la intención de que bajara del carro, puede que no conociera a aquel joven, pero de algo estaba segura, jamás había conocido a alguien tan imprevisible como él. Mi perplejidad impidió reacción alguna y cuando volví a pensar con claridad, ya estaba fuera del carruaje. Notaba las rodillas temblorosas a causa de las horas que había pasado sin apenas moverme, cosa que a él no parecía afectarle ya que seguía andando sin soltar mi mano. -¿Aún no habeis comido nada?, sois una cabezota- Probablemente se percató mi debilidad al andar puesto que estoy segura de que ni siquiera se fijó en que yo no había tocado el plato de comida.

No contesté, seguía extrañada ante la actitud de él, puedo afirmar incluso, que su mano en ningún momento apresó la mía con demasiada fuerza, más bien me pareció que, a pesar de la aspereza de la suya, él me trataba con inesperada delicadeza, seguramente si hubiese forcejeado me habría librado con facilidad, pero no reaccioné, simplemente le miraba perpleja mientras intentaba seguir su paso.

La música no tardó en llamar mi atención, nos estábamos acercando a un grupo de hombres, algunos parecían gitanos y otros poseían rasgos extraños aunque de no haberme fijado bien, habría creido que se trataba de una simple compañía de teatro o algo similar. Algunos tocaban instrumentos mientras otros bebían o cantaban animados, más de uno saludó con un gesto a Aramis, que seguía llevándome de la mano hasta que uno de aquellos hombres, de cabello rojizo largo recogido en una coleta y ojos claros se detuvo justo delante de nosotros haciendo que parásemos.

-Capitán, falta poco para que amanezca, ¿qué piensa hacer?- Al parecer no había mentido, era capitán a pesar de que aquel hombre parecía mayor que él y por lo que pude intuir, aquellos hombres su tripulación
-De momento id recogiendo todo, debemos llegar cuanto antes a Cádiz- Esta vez sí, tiró de mí con algo más de brusquedad haciendo que me adelantara un poco, a lo que el hombre que seguía ante nosotros me observó con cierta severidad. -Si hay problemas ella será nuestro salvaconducto, destroza el carruaje en el que hemos llegado y déjalo en el camino. Haz que le den ropa para que se cambie- Aunque en ese momento intenté alejarme de ambos, el hombre de cabellos rojizos me cogió con fuerza del antebrazo para llevarme casi a rastras hacia una de las tiendas que habían montado mientras daba órdenes a los demás haciendo que se movilizaran con rapidez.

-¡Eh!, ¡vosotros dos!- Me empujó con fuerza haciendo que cayera a los pies de dos desaliñados jóvenes que se incorporaron rápidamente observándome, en un principio intenté forcejear pero no tenía opción alguna, era demasiado fuerte como para zafarme. -No dejeis que escape y dadle algo de ropa para que se cambie, la necesitamos intacta o no nos servirá, así que no hagais ninguna tontería- Aquellos dos me cogieron cada uno de un brazo mientras me llevaban al interior de una de las tiendas haciendo algún que otro comentario que prefiero no recordar.

Minutos después me encontraba tras una especie de cortina con varias prendas en el regazo y aquellos dos jóvenes esperando a que me cambiara de ropa, podía ver sus sombras a través de la tela que guardaba mi intimidad. No puedo negar que sentí alivio cuando me deshice del incómodo vestido con el que había ido a ver a la Reina aquella misma tarde, las ropas que me habían dado parecían propias de una gitana, una falda larga de color marrón, una bonita camisa blanca con encajes que dejaba al descubierto mis hombros y que se ceñía a mi cintura gracias a un corpiño del mismo color que la falda y un pañuelo que até alrededor de mi cadera, por último me solté el cabello puesto que ya empezaba a dolerme la cabeza por tenerlo tanto tiempo recogido, los bucles azabaches se esparcieron sobre mis hombros dándome un aspecto aún más extraño, de haber tenido un espejo a mano estoy segura de que no me habría reconocido.

-¡Oye muchachita!, ¡no tenemos toda la noche!, ¿has acabado ya?- La voz de uno de los dos piratas me sobresaltó y por un momento miré a mi alrededor buscando una forma de escapar aunque al parecer lo tenían todo bien previsto, no podía irme de allí sin ser descubierta, así que, me armé de valor y salí de detrás de la cortinilla, ya buscaría el mejor momento para huir, ni siquiera me preocupé del vestido, el cual dejé allí. Los dos jóvenes me volvieron a agarrar para hacer que saliera de la tienda justo cuando Aramis, acompañado por el pelirrojo, se acercaban.

-No podemos retrasarnos mucho más, debemos aprovechar el cambio de guardia para poder recuperar el barco- Ambos parecían hablar con seriedad y a juzgar por las palabras del capitán no lo tendrían tan fácil para escapar, situación que podía favorecerme a la hora de encontrar una huida. -Vaya, así estais mucho mejor, aunque no puedo negar que aquel vestido también os sentaba muy bien- Volvía a burlarse con descaro de mi, o al menos esa era la sensación que me transmitieron sus palabras a la vez que sus ojos volvían a clavarse en los míos. -Atadla bien, nos vamos- No hizo falta insistir, los dos jóvenes me ataron las manos a la espalda y tiraron de mí hacia una caravana donde al parecer viajaríamos hasta Cádiz.

El sol despuntaba en el horizonte cuando por fin llegamos a la ciudad gaditana, a pesar de la temprana hora, aquel lugar ya rebosaba de actividad, el puerto era un hervidero de marineros y mercaderes que iban de un lado a otro comenzando sus jornadas de trabajo. La caravana no se detuvo hasta llegar a uno de los muelles más apartados que poseía el puerto, la mayoría de los hombres que viajaban en la misma caravana que yo, descendieron de ésta a excepción de los dos que se encargaban de mi custodia, los mismos que me habían proporcionado la ropa. Pude oír que Aramis explicaba un complejo plan para recuperar su barco, el cual había tomado la marina, dato que me hizo sonreír levemente, con un poco de suerte los hombres de mi padre darían buena cuenta de aquellos piratas.

-¡Kurt, Larry!- Aramis entró en la caravana donde me encontraba con aquellos dos, que al parecer respondían a esos nombres. Había vuelto a vestirse con los mismos ropajes que lucía el día anterior, cuando nuestras miradas se cruzaron en una de las calles de Madrid. -Escuchadme bien, vosotros dos tendreis que aprovechar el revuelo para conseguir un bote y llegar al barco cuando ya lo hayamos recuperado, no dejeis que nuestra invitada escape o arme jaleo, nadie puede veros, en caso de problemas ella será nuestro último recurso- Sonrió, observándome unos segundos antes de volver a marcharse tras el asentimiento de los dos piratas que parecían haber entendido el plan.

Realmente en aquellos momentos no pude siquiera imaginar el vuelco que daría mi vida a partir de aquel día, jamás pensé que aquellos libros sobre piratas y tesoros perdidos que había leido en muchas de las tardes que pasé en Palacio podían ser una realidad, una dura y a la vez dulce realidad.